El problema hoy, en China, es la libertad

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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China es uno de los grandes desafíos para el futuro de la Iglesia, por eso, aunque parezca que el tema nos resulta lejano, dedico un nuevo comentario al interesante Congreso que acaba de concluir en Roma con motivo del centenario del Concilio de Shanghái. Allí se ha hecho una revisión crítica sobre las primeras misiones católicas en China y se ha levantado acta de la profunda sospecha que todavía albergan las autoridades chinas de que el catolicismo va asociado a la influencia política de las potencias occidentales. El director de la agencia Asia News, Gianni Criveller, ha publicado un agudo artículo en el que reivindica que la mayoría de los misioneros estaban generosamente comprometidos con el bien del pueblo chino y fueron agentes de progreso social y de modernidad.

A juicio del P. Criveller, no se puede reducir un siglo de actividad misionera a un episodio de colonialismo y, en todo caso, los errores del pasado no pueden justificar las imposiciones de la política religiosa del actual gobierno chino. Es cierto que el colonialismo occidental era una cadena que, lejos de proteger a la Iglesia, ahogaba la misión. Pero el problema ahora ya no es el nacionalismo de las potencias europeas, lo que amenaza la libertad de la Iglesia es la pretensión de las autoridades chinas de intervenir de manera invasiva en la vida de las comunidades y de los organismos eclesiales.

Seguramente este Congreso no era el lugar para denunciar estas violaciones, sino más bien una oportunidad de diálogo. Pero es preciso subrayar que el problema fundamental de la Iglesia en China hoy es su libertad y, sobre eso, quizás ha habido demasiado silencio. El Evangelio no es ajeno a ningún pueblo o cultura, pero ninguna Iglesia local puede prescindir de la Iglesia universal y del sucesor de Pedro. El Concilio de Shanghái fue posible gracias a las intervenciones de Benedicto XV y Pío XI. Sin la decisión de los papas, la Iglesia en China sería menos china, y menos católica. Y esto, dice Criveller, con razón, es aún más cierto hoy.

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