¿A quién agradecerlo todo?

Es algo más que un tópico la afirmación de Goethe, de que Europa se configuró peregrinando a Santiago de Compostela. Y buena parte de los problemas de nuestro continente hoy, tienen que ver con que esa peregrinación, física pero también interior, ha dejado de ser el corazón latente de Europa. Pero no estamos aquí para cultivar nostalgias. La peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago es una expresión de la fe de un pueblo, pero también de su búsqueda, de sus preguntas. Por eso Compostela es un lugar de amistad entre la fe y la laicidad, dos polos siempre en tensión creativa, ojalá que cordial y respetuosa, en la mejor historia europea. Pensando en esto me viene a la memoria una figura muy querida, la del sociólogo vasco Mikel Azurmendi, de cuyo fallecimiento se cumplirá un año en pocos días.

Él empleó mucha inteligencia y coraje en la defensa de los Derechos Humanos, que han sido la obra culminante del proyecto ilustrado tras los horrores de la guerra y de los totalitarismos del siglo XX. Fue su propia experiencia (el fracaso, el amor, la lucha, el exilio, la enfermedad) la que le permitió ir más allá del esquema que, legítimamente, había siempre defendido. Como él mismo decía, defender la “república” y los “derechos” no es suficiente para sostener una vida que necesita razones para la esperanza, aliento para levantarse de sus fracasos, un horizonte de bien por el que trabajar, y si fuera necesario, sufrir. ¿A quién agradecer?, se preguntaba cada día al levantarse. Quizás sea esa la pregunta de tantos peregrinos que caminan hacia Santiago. Gracias a su encuentro con la comunidad cristiana, Azurmendi tuvo la gracia de conocer, al final de su vida, el rostro y el nombre de uno al que agradecerlo todo: Cristo, ese por el cual, un pescador de Galilea llegó hace 21 siglos hasta el Finisterrae.