La realidad y las etiquetas

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La realidad y las etiquetas

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Etiquetar a las personas siempre es peligroso, más aún si se hace sobre la base de prejuicios, ya sean ideológicos o alimentados por una rumorología que el Papa califica literalmente como asesina. Y cuando esto sucede dentro de la comunidad cristiana resulta especialmente penoso. Hay un episodio en la vida del gran John Henry Newman que resulta revelador. En 1842 Newman estaba madurando su sufrida decisión de entrar en la Iglesia Católica; aunque su limpieza de intención y su honradez intelectual eran palmarias, se había ido creando en torno a él una caricatura de fanatismo y rigidez. Su recorrido estaba salpicado, bien a su pesar, por polémicas de todo tipo.

Sucedió que un conocido profesor anglicano liberal, Thomas Arnold, con quien Newman había polemizado años atrás, fue invitado a la fiesta anual del Colegio Oriel, donde Newman era el miembro más antiguo. Le correspondía por tanto sentarse a su lado y agasajarlo, y pensó en un primer momento ausentarse, pero comprendió que eso sería cobardía. Cuando Arnold llegó, Newman tuvo que asumir el protagonismo, mientras el preboste del College se mostraba incómodo por la situación. Desde el principio la conversación fluyó tranquila y ambos se sintieron a sus anchas, incluso con algún momento divertido. Cuando Arnold se levantó para marcharse, Newman le tendió su mano y él se la estrechó. Después, se supo que Arnold había quedado sorprendido al descubrir que Newman no era ni mucho menos el fanático que él imaginaba.

Ya no volvieron a encontrarse. Meses más tarde, Arnold fallecería de manera imprevista, mientras Newman se preparaba para el último paso del viaje que le llevaría a llamar a las puertas de la Iglesia católica. Lo cual no significaría que desaparecieran los rumores y las caricaturas sobre él, sino que tendría que soportarlas, también, de parte de sus nuevos hermanos católicos. Algo que no dejaba de afectarle, aunque se lo tomara con una ironía muy británica, pero en el fondo, también muy católica.

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