Últimos que serán primeros

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Últimos que serán primeros

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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El tiempo pascual nos ofrece cada año la apasionante lectura de los Hechos de los Apóstoles, un impresionante testimonio de la gestación del pueblo cristiano tras el acontecimiento de la Resurrección de Jesús. Las lecturas del V Domingo de Pascua nos relatan el temor de los discípulos de Jerusalén ante la llegada de Pablo, el implacable perseguidor de los cristianos, convertido de pronto en gran testigo de la fe en Cristo. No es extraño que Bernabé y los hermanos de Damasco tuvieran que emplearse a fondo para deshacer algo más que reticencias y temores. Después de haber arrastrado ante los tribunales a tantos cristianos, después de haberlos acosado con saña, Pablo llegaba, no como uno más, sino como uno señalado para ser muy grande, uno de los apóstoles, aunque él mismo diría siempre que era el último, como un aborto, porque había perseguido a la Iglesia de Cristo.

Seguramente también Pedro y los demás apóstoles contemplarían con una mezcla de curiosidad y temor al antiguo fariseo, al fogoso defensor de la ley que ahora consideraba sus títulos como basura en comparación con el conocimiento de Cristo. No conocemos sus conversaciones, pero impresiona que la naciente Iglesia aceptara pronto la misión de este recién llegado, que no le exigiera cuentas por el daño causado. Lo cierto es que, muy pronto, Pablo se expuso como testigo, predicando en las sinagogas y debatiendo con los helenistas, como relata la lectura de ayer.

Hoy estamos en un tiempo semejante a aquel de los inicios. De ahora en adelante no será extraño que algunos que se han distinguido por su hostilidad hacia el Evangelio se conviertan en apóstoles y misioneros, por delante de los que llevamos “toda la vida”. En ellos se desvelará la potencia del Resucitado que puede cambiar radicalmente la orientación de toda una vida. Y en la Iglesia se mostrará que los “últimos” llegan a ser “primeros”, porque lo que cuenta no son nuestras hojas de ruta y nuestros cálculos, sino la sorpresa continua del Espíritu. Ojalá estemos atentos y abiertos a reconocerla.

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