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Una profunda ceguera

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Ayer el Tribunal Constitucional, claramente dividido, avaló la reforma aprobada en 2023, que permite a las menores de 16 y 17 años abortar sin consentimiento paterno. La mayoría supuestamente “progresista” del tribunal llamado a garantizar la adecuación de nuestras leyes al marco constitucional ha avalado así un disparate, no solo desde el punto de vista jurídico, sino desde la mera razón. Es un hecho que en España los padres tienen que dar permiso a su hija de 16 años para ir de excursión con el colegio, pero esa misma hija puede abortar sin conocimiento ni autorización de sus padres. Todos sabíamos de antemano cuál sería el fallo de un tribunal desprestigiado por sus alineamientos ideológicos y por su larga historia de dilaciones y negaciones del derecho fundamental a la vida recogido en nuestra Carta Magna.

La cuestión del permiso paterno es reveladora de un intento suicida de debilitar el lugar de la familia en nuestra sociedad, pero esa no es la cuestión de fondo que está en juego en el aborto. El asunto sustancial sigue siendo si alguien tiene derecho a eliminar a un ser humano inocente que está en el vientre de su madre, sean cuales sean los problemas que ese hecho plantee. Con una creciente aceptación social del aborto en toda Europa, con una acusada pérdida de conciencia sobre el valor y el significado de la vida humana, y con una legislación que renuncia a defender lo que la propia Constitución consideraba en su literalidad como un bien a tutelar, cada vez es más acuciante el desafío de promover la vida desde su concepción hasta la muerte natural.

Es tiempo de testimoniar con coraje y humildad que la vida humana siempre es un bien, y que defenderla es el principio de toda civilización. Testimoniar esto con palabras y obras, con una renovada cercanía a las mujeres que son víctimas del miedo, de la soledad y de un contexto social que las empuja a deshacerse de lo más precioso. Y recordemos que no todo lo que es legal es moral. Esa es una convicción en la que el cristianismo ha educado a Europa, y es también un principio esencial de sana convivencia. El aborto jamás será un bien, ni tampoco es un derecho.

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