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Verdaderamente

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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El grito alegre de la Iglesia cuando llega la Pascua dice: “¡Jesucristo ha resucitado!” y, por si cupiese la duda de que es poco más que la proyección de un deseo, añade: “¡verdaderamente ha resucitado!”. Este empeño de insistir en la verdad puede resultar un poco molesto en una sociedad donde ha cundido, desde hace más de un siglo, otro grito provocador, el de “¡Dios ha muerto!”, como señala el presidente de la CEE, Luis Argüello, en su felicitación pascual. En realidad, más allá de la formulación de Nietzsche, lo que es evidente es que muchos de nuestros contemporáneos viven como si Dios no existiera, y debemos reconocer con humildad, como dice monseñor Argüello, que los cristianos tenemos nuestra parte de responsabilidad cuando, mientras cantamos el aleluya pascual, “no vivimos como quienes saben que su vida está acompañada, y sostenida por el que ha vencido a la muerte”. En cualquier caso, las consecuencias existenciales de esa supuesta “muerte de Dios”, son importantes: el tiempo pierde su profundidad, nadie nos espera más allá, nadie da significado a nuestra andadura, la libertad se entiende como mera autodeterminación sin vínculo alguno, nuestros acuerdos de convivencia no tienen más fundamento que el puro consenso. “Si no hay Dios, el poder y la nada, con diversos ropajes, quieren tomar su sitio”, afirma Luis Argüello en una Tercera de ABC.

Y en estas, los cristianos repetimos, aunque sea torpemente, que Jesucristo verdaderamente ha resucitado. Que “Dios existe y ha venido a nosotros en la carne y en la historia… que hay un Padre y, por tanto, somos hijos y hermanos; que es posible aventurar la vida en la historia porque su horizonte es el Reino; que es posible superar los bloques y bloqueos, acoger el perdón y perdonar”. Hoy, como hace dos mil años, “nuestro grito será creíble si es la expresión de una vida llena de esperanza, aunque tantas veces haya lágrimas en los ojos”. Será creíble si lo pronunciamos como un pueblo unido, lúcido y libre, porque sólo el Resucitado permite la unidad, abre la inteligencia y sostiene la libertad, y todos, en el fondo, deseamos estas cosas.

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