Vidas que no se han vuelto escépticas

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Vidas que no se han vuelto escépticas

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Hace pocos días tuve la dicha de participar en la fiesta del 65 cumpleaños de un amigo sacerdote a quien conozco desde hace 40 años. Nos reunimos allí un centenar de personas en representación de muchas otras que no habrían cabido. Participamos en la eucaristía, comimos juntos, cantamos, recordamos viejas historias sin nostalgia y miramos al futuro con una certeza alegre. Aparentemente nada extraordinario. Sin embargo, en esta época en la que todo parece líquido, donde se exhibe que sólo se puede ofrecer un año de fidelidad en cualquier relación, donde los deseos del corazón se reducen tantas veces a la pura pulsión instintiva, allí se manifestaba algo excepcional…

Una fidelidad que ha superado la dura prueba del tiempo. Amistades que han atravesado tormentas, estados de ánimo cambiantes, decepciones… Una fecundidad evidente en muchos frutos, empezando por vidas que no se han vuelto escépticas, que siguen asombrándose ante la realidad, que contiene la promesa de un bien que no se apaga. También por la construcción de obras que sirven a la gente y, sobre todo, por el milagro de nuestra unidad, que no depende de simpatías ni de cálculos políticos. Realmente sólo Dios hace posible lo imposible.

Alguno recordó un viejo lema compartido hace años que rezaba: “la vida adulta es la confirmación de los sueños de la juventud”. A muchos les producirá carcajadas, pero entre los que estábamos allí resultaba una evidencia ante la que sólo cabe dar gracias. A eso se refería Jesús en el Evangelio cuando prometió a sus apóstoles “el ciento por uno” aquí, y después la vida eterna. Y es verdad que la verificación de la conveniencia humana de la fe no puede esperar: necesitamos que se produzca aquí y ahora. En las conversaciones resultaba evidente que el Señor no ahorra a ninguno la experiencia del dolor y del propio límite (en cuarenta años hemos tenido de todo) pero jamás defrauda a los que caminan con Él. Por eso pervive la Iglesia, en la historia del mundo y en nuestra pequeña pero intransferible historia personal.

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