Servir a los pobres con la fuerza del amor

El periodista y profesor Mario Alcudia reflexiona sobre la 8ª Jornada Mundial de los Pobres convocada por el Papa Francisco

Redacción Religión

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Cercanía, compasión y ternura hacia los pobres pedía esta semana el Papa Francisco a los miembros de dos organismos en Francia que se dedican al cuidado de las personas sin hogar y de todos aquellos que viven en los márgenes de la sociedad.  

Este encuentro coincidía con la semana en la que nos disponemos a celebrar, lo haremos mañana, la Jornada Mundial de los Pobres instaurada y convocada hace ya ocho años por el Papa. Y es que como en alguna ocasión nos ha dicho Francisco, los pobres deberían poner en crisis nuestra indiferencia.

En esta ocasión se nos propone como lema ‘La oración del pobre sube hasta Dios’, con ese deseo de devolver a estas personas la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de vida, sabiendo que Dios no se olvida de ellos.

En su mensaje el Santo Padre nos recuerda que la felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás. Cada cristiano, cada comunidad estamos llamados a ser instrumentos de Dios para escuchar su clamor y socorrerlos.

Conviene recordar, además, que no solo las personas sin hogar son los pobres de nuestros días; como no mirar a realidades como los ancianos solos, los jóvenes en dificultad, las mujeres víctimas de malos tratos, o los que sufren a consecuencia de la salud mental o de las adicciones. Son las pobrezas de nuestros días, como las define el Papa, cuyo clamor debe ser escuchado y ante quienes no podemos dar la vuelta la cara a la cara, ni cerrar los ojos.

Nos llama el Papa a no pasar de largo, a convertirnos en artesanos de la misericordia y de la compasión de Dios, poniendo ese rostro concreto al Evangelio del amor con actitudes que van desde ofrecer un refugio, una comida, una sonrisa o una charla.

      
             
      

Misericordia y compasión, fraternidad y apertura; gestos concretos de amor con los que la Iglesia se convierte en signo vivo de la ternura de Dios.