"Arnaldo Otegi es un terrorista reciclado en jefe político que no ha condenado los asesinatos de su banda"

Jorge Bustos analiza la última cesión del PSOE a Bildu para lograr su apoyo en la votación de los Presupuestos Generales del Estado

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No sé si The Economist sabe quién es y qué hizo Arnaldo Otegi. Pero como investigue un poco va a publicar un artículo todavía más duro del que triunfa a esta hora en la versión digital del prestigioso semanario británico, por cierto de orientación progresista. 

Ese artículo dice que Sánchez es un táctico despiadado, cercado por la corrupción que se le investiga a una esposa sin cualificación, que se aferra al cargo al precio de degradar la democracia española. Y que solo sobrevive a base de ceder al chantaje continuo de los independentistas catalanes y vascos. No está mal como lectura de fin de semana para otros jefes de gobierno europeos, a ver si le van conociendo mejor.

Todas las cesiones del Gobierno son síntoma de debilidad, pero algunas son más inmorales que otras. Y entregar a Bildu la reforma de la ley de seguridad ciudadana es la cesión más oscura. Es otra muesca más en el revólver de los herederos de ETA. 

Y lo siento por la metáfora, pero en este caso me parece pertinente. Ya sé que Pedro juega a fondo la baza de la amnesia de los españoles. Ya sé que él confía en que los españoles se vayan olvidando de ETA, pero sigan acordándose de la guerra civil y de Franco.

El problema de esa estrategia es que choca con la memoria, la dignidad y la sed de justicia de muchos millones de españoles, incluida la izquierda con sentido de la vergüenza.

¿Qué opinan los votantes socialistas que lloraron las muertes de Fernando Buesa, de Ernest Lluch o de Fernando Múgica, qué opinan de que en 2024 los batasunos se hayan convertido en los socios más fiables del PSOE? 

Muchos millones de españoles nos negamos a olvidar los tiros en la nuca y los coches bomba, y tampoco nos olvidamos de quienes aplaudían esos atentados. Arnaldo Otegi es un terrorista reciclado en jefe político que no ha condenado los asesinatos de su banda y que a pesar de eso ha sido blanqueado por un presidente en minoría porque necesita desesperadamente sus votos. 

Y por eso estamos viviendo esta distopía: Otegi regulando la seguridad de los ciudadanos españoles.

iNDIGNACIÓN EN LAS FUERZAS Y CUERPOS DEL ESTADO

La indignación corre como la pólvora entre la Policía y la Guardia Civil, y no es para menos. Marlaska, que ya no recuerda cuando luchaba contra el terrorismo, se aferra carbonizado a su puesto, mientras sus agentes exigen su dimisión. Alguno como Iván se atreve a criticarle a la cara mientras recibe una condecoración. 

En diciembre entra en vigor un reglamento que nos obligará a revelar muchos datos personales, nuestros y de nuestros acompañantes en los hoteles. O sea, que a los ciudadanos de a pie se nos da trato de sospechosos preventivos, mientras que a los policías se les priva de la autoridad y de las herramientas necesarias para combatir a los criminales porque lo pide Otegi. 

La anunciada reforma de la llamada ley Mordaza prevé rebajar las sanciones por desobediencia a la autoridad, prohibir las pelotas de goma y las devoluciones en caliente. Una magnífica noticia para las mafias que se lucran con el tráfico ilegal de personas en Canarias o en Ceuta, o con el tráfico de drogas en el Estrecho. En Barbate, por ejemplo.

Y de poco sirve alegar que en realidad no se aplicará, como dicen los bienintencionados. Que falta mucho trámite parlamentario y que no está clara la letra pequeña. 

El hecho político ya se ha consumado: la portavoz de Bildu en el Congreso ya ha dado su rueda de prensa triunfal. Y así el relato que se impone en Euskadi, con el beneplácito del Gobierno, es el de la izquierda abertzale: “Siempre tuvimos razón cuando denunciábamos la brutalidad policial. Ahora el Estado reconoce su represión. Hemos ganado”. 

Y si ellos han ganado, las víctimas han perdido. Y yo me pregunto: ¿de verdad, Pedro, merece la pena tragar tanta mierda por unos meses más en palacio?

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