"España no es un puzle de 17 miniestados. En las situaciones graves descubrimos que falta liderazgo y sobra escaqueo"

El codirector de 'Mediodía COPE' lamenta los efectos devastadores de la DANA 

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A la vista del caos que reina en las zonas devastadas por el temporal es lógico pensar que no hemos aprendido gran cosa de la pandemia. Me refiero a la reacción a una emergencia, a la coordinación a tiempo de todos los efectivos disponibles -civiles, policiales y militares-, a la movilización rápida de las distintas administraciones en una misma dirección. Eso que el Gobierno llamó cogobernanza y que hoy no parece estar funcionando en Valencia, donde demasiadas personas siguen sin agua, sin luz, sin accesos y sin comida tres días después del paso de la dana.

Tiempo habrá para establecer si se podía haber avisado antes, y de quién es la responsabilidad en el hecho de que la población no percibiese el peligro de muerte por inundación como una amenaza real. Y por eso tantos decidieran bajar al garaje a salvar al coche, sin sospechar que en la trampa súbita de su garaje les estaba esperando la muerte. Yo he leído en las últimas horas todo tipo de argumentos que atribuyen las competencias decisivas a unos y a otros. Se cruzan acusaciones apresuradas para evitar comerse el marrón. 

Y lo cierto es que hay razones para señalar a quien nos dé la gana, al Gobierno y a la Generalitat, a los responsables políticos y a los servicios técnicos. Hay para todos. 

Aunque si quieres saber mi modesta opinión, yo creo que no existió aquel martes negro alarma capaz de avisar de lo que venía. Creo que no hay forma humana de gestionar 500 litros por metro cuadrado que bajan por tu calle y tu casa y tu garaje en cuestión de cinco minutos. Nadie se hace una idea de lo que es eso hasta que lo ves, por mucho mensaje previo. 

Y ni los científicos sabían cómo iba a evolucionar la bestia climática en la próxima media hora. La única prevención realmente eficaz habría sido que esos pueblos no estuvieron allí, en el cauce de los torrentes.

Pero lo que sí podemos exigir ahora es eficacia en la asistencia. Lo que podemos y debemos exigir es coordinación, rapidez, acierto en la gestión de la catástrofe una vez ocurrida. Porque pagamos impuestos para que el Estado se haga presente con todo su presunto poder de protección allí donde más se le necesita. Y lo cierto es que las imágenes son cada vez más desoladoras. Y que los sonidos traducen una desesperación creciente.

      
             
      

Este grito de Paula es el de muchos valencianos que no aguantan más. Que lo han perdido todo y se sienten solos. Que no solo no reciben la ayuda que necesitan, sino que encima tienen que hacer frente a pillajes nocturnos en medio de escenarios de terror que son propios de una película distópica.

 Porque en medio del caos sale lo mejor del ser humano, pero también lo peor. Estamos asistiendo a ejemplos conmovedores de generosidad, corrientes solidarias de personas que sienten el deber de ayudar, que se dirigen a los puntos más críticos para entregar su tiempo, su energía, sus recursos a los que más lo necesitan. Pero también nos llegan escenas infames de saqueo al amparo de la oscuridad que nos hace preguntarnos dónde está la policía. O dónde estaba el ejército hasta ayer.

España no es un puzle de 17 miniestados, o no debería serlo. España es una nación, una comunidad de afectos compartidos. Y cuando se declara una emergencia como esta, tenemos que ser capaces de activar una respuesta inmediata en lugar de un cruce de reproches mutuos con la vista siempre puesta en el color del carné de cada cual. Para muchas cosas es bueno ser un Estado descentralizado. Pero en las situaciones graves descubrimos que falta jerarquía y sobra escaqueo.

      
             
      

Mañana es Día de Difuntos. Muchos que quizá desconocen el sentido profundo de esta festividad pensarán que es un día triste. O lo contrario: pensarán que es un día frívolo, una ocasión para salir vestido de mamarracho y con la cara pintarrajeada. 

Y oye, ante todo libertad: que cada cual haga lo que quiera en esta fiesta. Pero ante la peor tragedia natural de este siglo, conviene recordar que honrar a los muertos es lo que nos hace humanos. Los animales no construyen cementerios, no empatizan con los que les precedieron y con los que mueren. Los humanos sabemos que debemos todo lo que somos a los que vinieron antes y ya se fueron. 

Los cristianos, además, creen en la comunión más allá de esta vida, y eso les une y les da esperanza. Y los ciudadanos españoles, todos, deberíamos saber que los muertos de Valencia y de Castilla-La Mancha son nuestros muertos. Honrémosles hoy con nuestro recuerdo. Y compartamos el dolor y la memoria y la esperanza con los que han sobrevivido. Porque si el sufrimiento no sirve para unirnos más, entonces no sirve para nada.