"Lobato no tendría que haber ido al notario sino a los tribunales, si el asunto le olía tan mal"

Escucha el monólogo de Jorge Bustos del lunes 25 de noviembre

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Es la una, las doce en Canarias.

Como estás, bienvenido a este lluvioso lunes de noviembre que ha arrancado con una declaración institucional del presidente que no le importa a nadie. A nadie salvo a la nueva vicepresidenta que Sánchez acaba de nombrar. 

En realidad la comparecencia solo tenía un objetivo: aparentar una normalidad que ya no existe. Aparentar que Pedro Sánchez es un presidente normal que hace nombramientos con intención de seguir gobernando, en lugar de un presidente cercado por la corrupción que ha perdido la mayoría parlamentaria y la iniciativa política porque cada día sale un nuevo escándalo judicial que le apunta directamente.

La Unidad Central Operativa de la Guardia Civil acaba de enviar un informe al juez en el que atribuye al todavía fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, una “participación preeminente” en un delito de revelación de secretos fiscales del novio de Ayuso. 

Recordemos el registro de 11 horas en el despacho de García Ortiz y la incautación del contenido de sus dispositivos digitales. Podemos deducir que los investigadores están descubriendo pruebas de una sucia operación de Estado, urdida a pachas entre Moncloa y la Fiscalía, entre el Ministerio de Hacienda y Ferraz con la inestimable cooperación de los medios sincronizados, para tratar de destruir a una rival política y de paso desviar la atención de la imputación de Begoña Gómez, alias Freddie Mercury.

La investigación avanza y va anudando la soga en torno al fiscal general, nombrado contra el criterio de los propios fiscales y del Tribunal Supremo que vendió la toga por el uniforme de soldado del PSOE y abogado privado de la pareja presidencial. 

      
             
      

La UCO no deja lugar a dudas: fue el fiscal Álvaro García Ortiz quien filtró la negociación del novio de Ayuso. Alguien de la Agencia Tributaria le pasó el soplo del pleito de un empresario particular con Hacienda -como los tienen futbolistas, cantantes, periodistas, contribuyentes de todo tipo-, alguien avisó de que ese particular anónimo era la pareja de Ayuso (aunque los presuntos delitos fiscales los habría cometido antes de conocerla). 

Y en vez de cerrar el acuerdo de pago que se cierra siempre en estos casos, se dio la orden de parar la negociación y hacerla pública. Como si esto fuera la Venezuela de Delcy y Aldama.

Esa turbia maniobra nace en el círculo más íntimo del poder sanchista, y el nombre de cada cómplice se sabrá a su debido tiempo. 

      
             
      

Lobato es técnico de Hacienda, conoce el sagrado deber de confidencialidad de esas comunicaciones"

Jorge Bustos

Copresentador de 'Mediodía COPE'

Pero hay uno que ha querido blindarse antes de que la investigación pueda alcanzarle: Juan Lobato, el todavía líder del socialismo madrileño. Que según ABC, después del registro en la Fiscalía, se fue al notario a poner un cortafuegos antes de que se lo lleve la UCO por delante. Lobato es técnico de Hacienda, conoce el sagrado deber de confidencialidad de esas comunicaciones, y se olió el alcance judicial del asunto. Por eso fue el notario. Y por eso dice que él se enteró por los medios, no por el documento original filtrado por la Fiscalía.

Pero Lobato no tendría que haber ido al notario sino a los tribunales, si el asunto le olía tan mal. Y ahora no debería ser tan cobarde, porque si Pedro ha decidido liquidarle para poner a Óscar López, ningún penoso alarde de sumisión de última hora le valdrá el indulto. El Número Uno ha decidido que Lobato no es suficientemente sanchista; Pedro quiere soldados como Alvarone, capaces de cometer delitos con tal de obedecer al jefe y destruir al adversario. Lobato será purgado, pero podría haber muerto con honor, no con comunicados que intentan desesperadamente quedar bien con Moncloa, donde ya nadie lo quiere.

Este es el Gobierno que tiene España. Más parecido a una banda de conspiradores que usa el poder del Estado para destruir a sus rivales, para destruir a sus compañeros de partido y finalmente para destruirse a sí mismos cuando tarde o temprano sean llamados al banquillo.