"Me niego a que la mayor catástrofe humanitaria de este siglo en España se convierta en coto de caza del político carroñero"

El codirector de 'Mediodía COPE' lamenta las pérdidas causadas por la DANA en España

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Me niego a que la mayor catástrofe humanitaria de este siglo en España se convierta en coto de caza del político carroñero. Ya tuvimos suficiente ayer con el penoso espectáculo del asalto a Radio Televisión Española en plena tragedia, bajo el argumento ofensivo de que los diputados no achican agua: por desgracia no achican agua, algunos son más de correr a repartirse el botín de lo público. 

Y por desgracia también ya ha empezado el cruce de acusaciones a cuenta de las alertas. La izquierda acusa a Mazón de no haber avisado a la población a tiempo y con suficiente contundencia; Feijóo y la Generalitat valenciana afirman que se ciñeron a la evolución de las alertas según las fueron trasladando los servicios técnicos, y recuerdan que Protección Civil y la Conferencia Hidrográfica dependen del Gobierno central.

En las fases del duelo después del dolor viene la rabia. Pero ojalá que esta vez no tengamos que ver otro duelo cainita sobre los cuerpos sin vida de 95 compatriotas. Ojalá no caiga la oposición valenciana en la tentación de instrumentalizar tanto dolor para convertirlo en rabia contra el presidente Mazón, aunque solo sea porque en tal caso quizá el maharajá de la India tendría bastantes más explicaciones que dar. 

Lo que sí exigen los valencianos y todos los españoles es un ejercicio de transparencia serena, de análisis riguroso de lo sucedido. Es evidente que fallaron las previsiones. Es evidente que la población no sintió el peligro de muerte como una amenaza real, inminente, aunque la alerta roja estaba decretada desde las siete de la mañana del martes. 

Igual hay que inventar la alerta negra, igual hay que hacer mucha más pedagogía sobre los efectos de estos temporales de nueva generación que son mucho más destructivos, que son más traicioneros porque no se posan y cambian y evolucionan muy rápido, y que se van a repetir en el futuro.

Pero en estos momentos a los políticos solo les pedimos dos cosas: reparación y enmienda. Reparación significa ayudas rápidas, sin burocracias laberínticas para paliar cuanto antes la situación de las personas que lo han perdido todo. Mazón ya ha prometido 250 millones sin burocracias: a ver si es verdad. 

Y enmienda significa revisión de todos los protocolos, mejora de la coordinación y de la respuesta rápida. Incluso reconfiguración del trazado urbano: igual urge construir infraestructuras protectoras en las regiones más expuestas a la gota fría, tal como hizo por cierto el franquismo desviando el curso del Turia tras la histórica riada de 1957.

En todo caso debemos ser conscientes de que no estamos blindados contra la desgracia. La civilización ha minimizado al máximo la amenaza de la naturaleza, pero no la ha erradicado, y probablemente nunca lo hará del todo. Debemos exigir el perfeccionamiento de nuestra seguridad a las autoridades, por supuesto; pero ningún español está preparado para que caigan en su calle 500 litros por metro cuadrado en pocas horas. Es muy difícil imaginar el apocalipsis aunque te avisen de su llegada.

Lo que sí sabemos, porque ha pasado muchas otras veces, es que los españoles -y hoy específicamente los valencianos- sacan lo mejor de sí mismos en medio de los dramas más devastadores. Ahí es cuando el pueblo anónimo a menudo se eleva moralmente por encima de los políticos y es capaz de asombrar al mundo y de enorgullecernos a todos con sus muestras de generosidad y entrega. 

Pienso en Rubén, vecino de Requena, que no dudó en subirse a su tractor y conducir hasta el vecino pueblo de Utiel, donde salvó a decenas de personas. Pienso en Lucía, guardia civil retirada, que se puso al frente de otros 20 agentes jubilados para ponerse al servicio de los afectados. Pienso en los vecinos de Benifaió, que rescataron a los ocupantes de una ambulancia atrapados en un canal de agua. 

Pienso en el estadio de Mestalla, donde se ha instalado el centro de alimentos y ropa, y pronto no darán abasto de tanta solidaridad. Y pienso en la alegría inolvidable de Arancha, la mujer de Massanasa a la que ayer entrevistamos en este programa, intentando consolarla porque no sabía nada de su familia, y al fin la ha localizado. Hay miles de ejemplos.

Porque es tiempo de duelo. Pero también de esperanza.

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