"¿Cuántos meses puede durar la miserable agonía de este Gobierno? Mi apuesta está fijada en el año 2025"

Jorge Bustos analiza la situación del Gobierno a raíz del chantaje que plantea Puigdemont

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Ya me gustaría a mí hablar de las cosas graves que están ocurriendo en el mundo, pero tenemos que hablar de Puigdemont. Porque el chantaje al que planea someter al Estado también es bastante grave. Ya sabes que el partido de nuestro prófugo va a celebrar su congreso a finales de este mes, y acaba de remitir la ponencia política a sus bases.

Una ponencia política es un documento clave, es el que marca la hoja de ruta, la estrategia que va a seguir el partido en adelante. Y frente a la chatarra argumental que habían puesto en circulación Moncloa y sus terminales mediáticas, esas que decían que en ese congreso Puigdemont podía perder peso. 

O incluso el poder a manos de ese fantasmal sector moderado de Junts que se muere por pactar con Pedro, la verdad es que el fugado conservará tanto el mando como el radicalismo que siempre le han caracterizado. El que mentía, como siempre, era Pedro cuando en la noche electoral gritó aquel “Somos más”.

La ponencia política de Junts insiste en la estrategia de la confrontación y no en la de la colaboración con el Ejecutivo. Advierte a Sánchez de que ellos no son como los botiflers de ERC, que Junts no tiene ninguna intención de sostener con sus votos a un Gobierno que no cumpla sus acuerdos. 

Los acuerdos entre Junts y Sánchez

¿Qué acuerdos? Pues todo lo ya pactado y lo que todavía pueda arrancarle en Suiza o en el Congreso: la oficialidad del catalán en Europa, la transferencia efectiva de las competencias en inmigración y, sobre todo, la aplicación íntegra de la amnistía. 

Y si hay jueces que se niegan a amnistiar la malversación, Puigdemont exige a Sánchez que ordene a la Fiscalía -¿de quién depende la Fisaclía? Pues eso- que se querelle contra Llarena, Marchena y quien haga falta. Igual que Pedro y Begoña se han querellado contra el juez Peinado.

      
      
             
      

Nadie, ni siquiera Pedro Sánchez, puede cumplir con todas estas expectativas separatistas, por más dispuesto que estuviera. Porque son todas ilegales, además de infames. Pero en este juego entre los dos mayores trileros del Reino, Pedro y Carles, ya hemos perdido de vista dónde está la bolita. 

Pedro intenta hacer creer a Puigdemont que va a dárselo todo, y Puigdemont intenta hacer creer a sus votantes que puede arrancárselo todo. Pero ambos mienten y lo saben. Lo que no vale ahora es lamentarse de que les mienta el otro, porque ambos se conocían perfectamente antes de sellar la investidura. 

La consecuencia de todo esto es la parálisis total, la imposibilidad de aprobar una ley de Presupuestos o de vivienda o de lo que sea, el estancamiento de una España sin brújula que gira sobre sí misma por la ambición de un solo hombre que se niega a reconocer su fracaso, disolver las cámaras y adelantar elecciones.

      
      
             
      

Así que ahora cabe hacerse tres preguntas. Primera: ¿qué nuevo pedazo de democracia y qué nueva porción de dinero público está dispuesto a sacrificar Pedro? Segunda: ¿será capaz Puigdemont de provocar finalmente la caída de este Gobierno al que tiene cogido por el chiste del dentista?

 Y tercera: ¿cuántos meses puede durar la miserable agonía de este Ejecutivo paralítico? Mi apuesta está fijada en el año 2025. Que además tiene rima.