"Ningún presidente del Gobierno ha gozado jamás de tanto poder mediático favorable como Sánchez"

El comunicador analiza el "plan de regeneración democrática" que aprueba este martes el Consejo de Ministros

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Tiene razón Pedro Sánchez cuando dice que la democracia española está asediada. Si lo sabrá él, que es el autor del asedio. La principal amenaza que tiene la democracia española es el desordenado apetito de poder de Pedro Sánchez, que ha sido capaz de asociarse con todos los enemigos de la Constitución, de la extrema izquierda al separatismo, con tal de mantenerse en la Moncloa, pese a haber perdido las elecciones.

La salud de toda democracia liberal depende del respeto a la separación de poderes, de la independencia de la Justicia, de la neutralidad de las instituciones, de la protección de la prensa libre y del fomento del pluralismo político. 

Pues bien, el sanchismo está desplegando una ofensiva sistemática contra esos cinco pilares: desacredita a los jueces cuando no puede controlarlos, desprecia al poder legislativo cuando pierde la mayoría parlamentaria, coloniza las instituciones con peones de partido y lanza campañas de intimidación contra los medios que no dan palmas al paso del matrimonio Sánchez-Gómez. 

A los que sí dan palmas, a los palmeros sincronizados, les regala con nuestro dinero una suculenta piñata de subvenciones públicas y de publicidad institucional. Zanahoria para los míos, palo para los otros. Esta es la idea de democracia de Pedro Sánchez, el Niño del Búnker.

Ningún presidente del Gobierno ha gozado jamás de tanto poder mediático favorable como Sánchez. Ninguno. Ni Felipe, ni Aznar, ni Zapatero, ni Rajoy tuvieron tantos medios defendiéndolos. Y eso que esos cuatro presidentes sacaron bastantes más escaños que él. 

Todos fueron criticados, como debe ser. Pero ninguno se victimizó de una forma tan vergonzosa, con aquella cartita de hombre profundamente enamorado y los cinco días de culebrón peronista, para volver con más ganas de pelea que nunca. Porque Pedro no gobierna: él pelea. 

En concreto, contra los medios que publican los opacos negocios de su esposa, una mujer sin estudios ni carrera profesional conocida hasta que su marido llegó a la Moncloa y empezó a citar empresarios al despacho. 

Hasta ese momento a Pedro la regeneración mediática no le importaba lo más mínimo; él era más de llamar por teléfono para abroncar a los periodistas de El País que no le bailaban el agua, como ha revelado nuestro compañero David Alandete. 

Solo cuando imputan a Begoña por corrupción en los negocios y tráfico de influencias, entonces de pronto le embarga una honda preocupación por el trabajo de los medios. Digamos la verdad: a Pedro no le preocupan los bulos; a Pedro le preocupan las verdades. Las verdades que la prensa libre está publicando sobre la corrupción en el entorno del presidente.

Vamos a recordar lo fundamental: en democracia son los medios de comunicación los que fiscalizan al poder, no el poder el que fiscaliza a los medios de comunicación. Esto segundo es lo que hacen las dictaduras. Y es una pena que tanto periodista progresista haya preferido congelar su vocación de contrapoder hasta que gobierne la derecha. 

Entonces aparcarán la zambomba y rescatarán la cerbatana del armario. El precio de esa cobardía, o de esa venalidad, es la degradación de la democracia. Porque Sánchez se propone resistir sin legislar a base de esto: de lanzar señuelos, de activar guerras ideológicas, de provocar división y ruido. A todo esto la cofradía del aplauso lo llama “recuperar la iniciativa política”. 

Pero intimidar a los periodistas (o intentarlo con los que se dejen) no es política, sino antipolítica; extender una cultura de la sospecha sobre los medios, para que los ciudadanos no crean las informaciones contrastadas que perjudican al amo, es puro populismo.

Ya solo falta que compense la despenalización de las injurias a la Corona con la penalización de las injurias a Pedro y Begoña, esos jefes de Estado comprados en los chinos que resisten, de momento, en el búnker de Moncloa.