

"En esta vida nadie aprende nada valioso sin esfuerzo. Nadie"
Escucha el monólogo de Jorge Bustos del martes 25 de marzo
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Todo el mundo está hablando de una serie de televisión que se titula Adolescencia. Al parecer va de un niño acusado de cometer un asesinato bajo la influencia perniciosa de las redes sociales a las que es adicto. Yo no la he visto todavía, lo estoy intentando, pero a los diez minutos de plano secuencia me quedo dormido inexorablemente. Llevo cuatro noches con la serie y no he logrado pasar de la mitad del primer capítulo. A ver si hoy tengo más suerte y Morfeo me da cuartelillo.
El caso es que la influencia perniciosa de la tecnología en edades tempranas es un debate abierto en todo el mundo. Y especialmente entre la comunidad educativa. Años después de celebrar la llegada de las tabletas a las escuelas como el no va más de la pedagogía; años después de que los colegios se pusieran a competir para ver cuál ofrecía más ordenadores y cuál usaba más tabletas en el aula, ahora la tendencia empieza a ser la contraria: la calidad de los colegios ahora se empieza a medir por la cantidad de horas analógicas que imparte. Adiós a las tabletas. Vuelve el lápiz, vuelve el cuaderno y vuelve ese libro de texto que te forraba tu madre con todo su cariño a principios de septiembre. Los expertos recomiendan racionar el uso de las pantallas a los menores, y los gobiernos han empezado a reaccionar legislando al respecto.
Esta misma mañana el Consejo de Ministros ha anunciado un plan para regular el mal uso de la Inteligencia Artificial, penalizando las nuevas y terribles formas de acoso que se sirven de la tecnología para hacer daño. Pero ojo, las competencias educativas son de las comunidades. Por eso algunas ya se han adelantado al Gobierno. Como Madrid. Ayuso va a sacar las pantallas de las aulas públicas y concertadas: su objetivo es que los madrileños del futuro mantengan el nivel formativo de aquellos que tuvimos la fortuna de ir a la EGB.
Por eso hay que estudiar, queridos niños. Para ser libres y honrados. Para no ser nunca ni como Cándido ni como Pedro"
Copresentador de 'Mediodía COPE'
Y antes de Madrid estuvo Murcia, que por cierto acaba de anunciar una mayor restricción en el uso de portátiles y tabletas y quiere que sus colegios eviten la gamificación, es vicio de pedagogos que no creen en los niños, porque les imponen la norma de aprender jugando, pero jugando tanto que ya no aprenden. Que yo no digo que haya que volver a ese lema rancio de “la letra con sangre entra”, por Dios; lo que digo es que en esta vida nadie aprende nada valioso sin esfuerzo. Nadie. De hecho, el descubrimiento del propio esfuerzo es el primer efecto de una buena educación. Ese alumno que desarrolla un legítimo orgullo por sus propios codos y por las notas ganadas clavándolos: ese alumno será imparable. Pero hay que clavar los codos.
Ahora, me temo que este Gobierno no es precisamente un campeón de la cultura del esfuerzo. Empezando por su presidente, el economista que plagió su tesis. Quizás por eso dice ahora que gobernar sin presupuestos es lo mejor para la estabilidad. No aprendió el artículo 134 de la Constitución, que obliga a presentar unos presupuestos nuevos cada año. Se lo está recordando no ya la oposición, sino sus socios de Sumar y de Podemos, y también de Junts o de Esquerra. Claro, todos quieren presupuestos para poder extorsionarle a placer durante la negociación y acercar un poco más su deseada república confederal. El PP está estudiando llevar al Gobierno al Tribunal Constitucional por incumplimiento flagrante de la Carta Magna, y haría bien; pero es que si Pedro logra algún día sacar otros presupuestos, el precio que pagará a Puigdemont y a Belarra y a Otegi y compañía también será inconstitucional.
¿Pero quién manda en el Constitucional? Don Cándido Conde-Pumpido: un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo de Pedro Sánchez. Alguien que quiere evitar que la Audiencia de Sevilla pregunte a Europa por su infame borrado de la condena de los ERE a los jefes socialistas.
Por eso hay que estudiar, queridos niños. Para ser libres y honrados. Para no ser nunca ni como Cándido ni como Pedro".