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Un día en la sala de un juzgado de violencia machista

Ainhoa está nerviosa, pero entra con determinación en la sala. Se sienta ante el juez. El denunciado, su exmarido, no está, la Policía no ha conseguido localizarlo.

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Un día en la sala de un juzgado de violencia machista. Reportaje Laura Otón

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

A las nueve de la mañana en el Juzgado número 1 de violencia de género de Madrid todo el mundo ya trabaja para la puesta en marcha de los juicios previstos. A las 10:20 el juez Alejandro Galán Rodríguez llega a la sala saludando a los funcionarios y letrados que hoy trabajarán con él.

En el pasillo ya espera Ainhoa. Tiene 26 años y un hijo de cuatro. Se divorció hace cuatro años. Ahora cada uno vive en una ciudad, pero la violencia se hace manifiesta a través de las redes sociales. Ainhoa denuncia que sufre vejaciones constantes de su expareja a través de Instagram y WhatsApp. Amenazas que se hacen desde números anónimos que le restan credibilidad a su denuncia.

“Cuando me ha llamado la Policía no daba crédito, me dicen que no sé ni lo que estoy denunciando porque se trata de números que no se pueden localizar.” Lo que es cierto es que su exmarido le hace llegar fotos con su nueva pareja desnudos, acompañadas de todo tipo de amenazas que le hacen estar emocionalmente pendiendo de un hilo. “Me afecta a mi trabajo, a la crianza de mi hijo...lo hablo con mi padre, ¿qué tiene que pasar para que puedan demostrar que las amenazas son de él. Si luego desaparece una chica consiguen sacar todos los datos del móvil habiendo estado en el agua....No lo entiendo”.

Ainhoa entra nerviosa pero con contundencia en la sala. Se sienta ante el juez. A la izquierda el fiscal y a la derecha el abogado de oficio. El denunciado no va a declarar porque la Policía no le ha logrado localizar. La víctima primero relata y luego muestra al juez todas sus conversaciones con él, las fotos que demuestran los indicios de violencia y la fiscal pide medidas para protegerla.

El denunciado no podrá acercarse a menos de 500 metros a su exmujer, ni podrá comunicarse con ella de ninguna forma. Incumplir estas medidas es delito.

Ainhoa da las gracias y deja la sala. Ahora en el pasillo los funcionarios de este juzgado tienen que prepararle la decisión por escrito, sabe que de momento tendrá 30 días de tranquilidad hasta que se celebre el juicio definitivo. “Hemos tenido suerte con el juez que nos ha tocado, tiene una sensibilidad especial, se entretiene escuchando a la víctima”- le dice el abogado de oficio a Ainhoa-“No quiero decir con eso nada, cada uno trabaja como considera, pero está claro que esta actitud es importante”.

Alejandro Galán Rodríguez, el juez a cargo de este juzgado, recuerda que “cuando la víctima solicita protección, en caso que haya hijos se pueden pedir medidas civiles, medidas cautelares de índole penal alejamiento y prohibición de comunicación y medidas en relación de quien se queda con el domicilio, pensión alimenticia y régimen de visitas”.

La realidad de la violencia machista obliga a muchas mujeres a no denunciar. El desconocimiento, el miedo y la vergüenza son los motivos que esgrimen para no acudir a poner una denuncia. Si bien el último informe del CGPJ pone de manifiesto que las denuncias por violencia de género, las condenas a los agresores y las medidas de protección de las víctimas aumentaron en 2016. Las propias víctimas se atrevieron a denunciar en siete de cada diez casos, pero descienden las presentadas por familiares o allegados, sólo un 1'44% del total.

Ese miedo se palpa en la sala cuando la víctima no quiere declarar. Una joven entra nerviosa y se sienta ante el juez que se encarga de relatar los hechos según consta en la denuncia de un testigo. Asegura que en la madrugada del sábado presencia en la Calle Alcalá muy cerca de la Puerta del Sol cómo un hombre empuja, golpea a una mujer a la que tira del pelo. Llama a la Policía que se la encuentra llorando. El juez se lo recuerda y ella lo niega. Dice que iba a borracha y que al revés, que él intentó calmarla. Se niega a pedir medidas de protección ante el fiscal cuando el juez la insiste, “¿nunca ha tenido episodios de violencia con él?” Pronuncia un no casi imperceptible. El juez le recuerda, “pues aquí veo que él ha cumplido una condena por agresión hacia usted...”. Baja la mirada y susurra: “Sí, pero eso fue hace mucho tiempo”.

En realidad cuatro años. Hace cuatro años hubo sentencia condenatoria contra él. Pero hoy ella no lo denuncia por miedo, por vergüenza o por desconocimiento. Él queda en libertad porque se niega a declarar. Aquí no ha pasado nada.

Cuando el juez acuerda una orden de alejamiento el letrado rellena toda la información en un sistema informático que envía notificación a la policía. Si el agresor la incumple la víctima puede llamar a la Policía y denunciarlo. Saltarse una orden de alejamiento puede llevarle a prisión. Pero y ¿cuando ella consiente que se salte esa orden de alejamiento?

Es lo que pasa en el siguiente de los casos. Comparece ante el juez él. Fue detenido en Barajas con su mujer y sus cinco hijos, volvían a Colombia. A la Policía en el aeropuerto le saltó el caso y le detuvieron. Él alega que creía que esa orden había cumplido según le informó su abogada. Compraron los billetes para toda la familia y finalmente él no pudo embarcar. Todo se resuelve, cuando abandono el juzgado le veo fumando en la puerta tranquilamente al sol, en este caso le ha tocado perder la oportunidad de retorno. Otras hoy han encontrado la oportunidad de salir del infierno.

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