La vida después de sufrir un atentado y la historia de superación del atleta Christian, en 'Imparables'

Es imposible resumir en un programa el inmenso daño que ha hecho la banda terrorista ETA en nuestro país. Cientos de asesinatos, miles de amenazados, extorsionados, familias enteras que se vieron obligados a huir del País Vasco o de Navarra por miedo.

Charo vive con su marido y sus tres hijos en el municipio de Calahorra, en La Rioja. Decisión que adoptó junto a su pareja cuando ella tenía 35 años, después de que el 14 de abril de 1981 la banda terrorista ETA asesinara a su padre en Basauri (Vizcaya), el teniente coronel de la Guardia Civil, Luis Cadarso. Unos meses antes del atentado, Cadarso había pasado a la reserva. Charo nos confiesa que el tiempo cura el dolor que aquello supuso, aunque sus consecuencias permanecen aún en la actualidad.

La vida del teniente coronel era tranquila tras su retirada: “Todas las mañanas salía con mi hija pequeña, que entonces tenía dos años. Yo me dedicaba a la docencia y mi marido era autónomo.” La mañana de aquel 14 de abril fue algo diferente, tal y como relata Charo: “Ese día en mi colegio daban una fiesta de final de trimestre, por lo que pedí a mi padre que trajera a mi hija, para que fuera conociendo el ambiente escolar.” Su padre accedió, y dejó a su nieta en el colegio. Se despidió y se marchó. Fue la última vez que Charo vio con vida a su padre. Minutos más tarde, los pistoleros Sebastián Echarriz, Letona Viteri, y Natividad Jáuregui le asesinaron mientras Luis Cadarso compraba el periódico, a 50 metros de su casa: “El jefe de estudios del colegio y un vecino me buscaron con la cara descompuesta. No necesitaba más explicaciones. Ya sabía lo que había ocurrido. Doy gracias a Dios que mi hija no estuviera esa mañana con mi padre, porque si no también le hubiera tocado. En esos tiempos ETA no miraba si había niños o no.”

El fatídico 11 de marzo de 2004

Los atentados de 11 de marzo de 2004 cambió la historia de Madrid, que fue testigo de aquellos crímenes, pero también de España. Para algunos expertos y analistas, supuso un giro de 180 grados en la política. Pero en quien de verdad dejó huella fue en los familiares de las 192 personas que perdieron la vida en aquellos trenes, y en los que vivieron en primera persona las explosiones. A algunos les ha dejado secuelas físicas. A otros psíquicas. Quizás las dos.

Ángel acudía aquella mañana a su puesto de trabajo. Tomó el tren en la parada de El Pozo con destino a Atocha. Salvó su vida por muy poco: “Cuando llegó el tren me quedé entre dos vagones, y elegí el que no explosionó. Si hubiera optado por el otro convoy, hoy no estaría aquí. Con todo y con eso, salí despedido tras la explosión. Caí al suelo. Lo que recuerdo a continuación es el silencio. Vi muertos y heridos, pero me di la vuelta. No quise ver más.”

Las Ramblas de Barcelona, en pánico ante la presencia del yihadismo

Eran las cinco de la tarde del 17 de agosto de 2017. El calor apretaba, como es propio en plena canícula. Aquello no impedía que uno de los barrios más transitados de nuestro país, Las Ramblas, estuviese masificado. La normalidad se vio truncada por una furgoneta que recorrió 530 metros en la zona central del paseo, frente al Mercado de la Boquería, que cometió un atropello masivo que dejó 16 muertos, casi todos de nacionalidad extranjera, y 130 heridos. El Estado Islámico reivindicó el atentado.

Desde aquel día, algo ha cambiado en Las Ramblas, aunque nadie sabría apreciar el qué exactamente. El presidente de la Asociación Amigos de las Ramblas, Fermín Villar, estaba fuera de Barcelona el día de los atentados. Cuando conoció lo ocurrido, se desplazó rápidamente a la ciudad condal: “Tenía la sensación de faltar a mi cargo como presidente de la asociación de vecinos y comerciantes.”

La noche de los atentados, Las Ramblas vivió una imagen insólita hasta entonces: el silencio y el vacío: “Muchos vecinos precisaron de tratamiento psicológico, otros en cambio siguieron adelante sin realmente haber digerido lo ocurrido. Tanto es así que el pasado otoño, más de un año después del atentado, un florista me contó el miedo que pasó cuando un turista tiró una lata de cerveza desde un balcón, y que acabó por estallar. Para algunos, ese pequeño estallido fue recordar aquel ataque. Es decir, no se ha superado.”

La psicología juega un papel esencial a la hora de ayudar a las personas que han sido víctimas, directas o indirectas, de un atentado. La clave es lograr normalizar la nueva situación para volver a estar bien, tal y como asegura la psicóloga perteneciente a la Red Nacional de atención a las víctimas del terrorismo creada por el Ministerio del Interior, Marina Fernández: “Cuando se producen estos hechos, nuestra tarea es ayudar a estas personas a manejar su vida, que aprendan a vivir con lo que les ha ocurrido. Tienen que asumir que inician una nueva etapa en la que han podido perder un ser querido, o una parte de su cuerpo, lo cual es muy duro, máxime si tenemos en cuenta que el causante ha sido la acción de otro ser humano.”

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