La historia de dos pequeños que superaron el cáncer infantil: “Hemos aprendido mucho de ellos”
Los padres de Jaime y Ruth relatan cómo lograron superar la enfermedad
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Jaime tiene doce años. Su infancia no ha sido sencilla. Cuando tan solo tenía tres años, le diagnosticaron un cáncer. Logró salir victorioso de la batalla, algo que algunos de sus amigos no pueden decir. El tratamiento en el Hospital de Albacete fue duro, tal y como recuerda su padre, Juan. Todo comenzó en el año 2010: “Fueron días de alarma, porque la enfermedad se extendía rápido por todo el cuerpo. Nos hundimos en un primer momento. Me preguntaba por qué a mi hijo. Cuando comenzó el tratamiento y mejoró, pasamos del susto a la esperanza. Hoy, gracias a Dios, está recuperado.” A Jaime le había tocado sufrir uno de los 1.500 casos de cáncer infantil que se detectan cada año de media en España: “Pese a la tristeza que te invade, no puedes transmitir nerviosismo a tu hijo, porque es peor.”
Jaime apenas tiene recuerdos de aquella etapa, pero es consciente de lo que implica tener cáncer, ya que tanto él como la familia están muy vinculados a la Asociación castellano-manchega de Padres y Madres de Hijos con Cáncer (AFANION): “Jaime está en contacto permanente con otros niños de la asociación que están pasando por este trance. Es cierto que él no recuerda nada de su enfermedad, pero de alguna manera marca. Nosotros lo notamos cuando se relaciona con otros niños enfermos. Entre ellos hacen mucha piña. Mantienen una relación especial entre ellos.”
Jaime es consciente de que tuvo suerte de curarse. Otros, por desgracia, no corrieron la misma suerte. Algo que él mismo ha sufrido directamente: “Jaime ha tenido la mala suerte de perder algún íntimo amigo por esta enfermedad. Por eso tenemos que ayudar a esas familias a superarlo. Son ellos los que nos marcan el camino para ser cada día mejores.”
Generalmente, los sentimientos por la pérdida de algún 'camaradas' como consecuencia del cáncer, no se suelen exteriorizar en edades tempranas: “Se nota que están más tristes, aunque traten de no transmitirlo. La concepción de la muerte a estas edades es diferente a la de los adultos.”
Por un trance parecido tuvo que pasar Ruth. Con tan solo tres años (ahora tiene ocho), le detectaron un cáncer: neuroblastoma agresivo. En un primer momento, tuvo que ser ingresada en Leganés, en el hospital 'Severo Ochoa', para posteriormente ser derivada al 'Doce de Octubre', en Madrid. Su madre, Olga, no se creía lo que le ocurría a su retoña: “Aquello nos descolocó completamente, pero rápidamente tienes que confiar en los médicos y en tu hija. Saber que va a poder con ello. Cuando recibía la medicación había momentos en los que estaba muy mal, pero enseguida se le pasaba y quería jugar. En la planta de oncología infantil hay muchos niños y, aunque parezca mentira, predomina la alegría, porque quieren jugar todo el tiempo. No son conscientes de su situación”, asegura Olga con los sentimientos a flor de piel.
Por contra, Olga vivía una pesadilla que la tenía bloqueada: “Cometes errores como consultar en Internet, porque esa vía solo sirve para hundirte. Hay que preguntar a los médicos o a otras madres y padres que estén pasando por lo mismo. Ellos te acogen y te animan a seguir.”
Una vez se procesa y se asume el problema, toca pelear: “A por todas, por mi hija. Le teníamos que contar lo que le ocurría a través de los cuentos, para que entendiera los efectos que tendría el tratamiento para que no se asustara. Recuerdo que la primera vez que vomitó me decía, mamá si no he hecho nada. Yo le explicaba que la medicación le sentaba mal a su tripa, que se le caería el pelo... para que ella también lo asimilara.”
Ruth tuvo que pasar semanas y semanas ingresada en la fría habitación de un hospital. Pero aquello, lejos de dejarle una huella en sentido negativo, guarda muy buenos recuerdos gracias al calor que construyeron en torno a la planta. Incluso Olga confiesa que no todo fue negativo: “Cuando le pregunto de qué se acuerda, siempre hace referencia a las fiestas que montábamos gracias a los voluntarios. Los pequeños a esas edades tienen una capacidad de superación que te contagia y hace que le tengas que acompañar hasta donde haga falta.”
El tratamiento se prolongó por un periodo de 18 meses. En la retina quedan buenos y malos momentos: “Lo que más me dolía era ver a mi hija tan fastidiada. Pero cuando de repente te soltaba una sonrisa y mostraba ganas de jugar, hacía que estuviera bien y recuperara las fuerzas.”
Sin duda, el peor recuerdo de Olga fue el día que tuvieron que bajar a la UCI a su hija de forma inesperada. Pero luego llegó la recompensa: el último día de ingreso: “¡Lo hemos pasado!”, rememoraba la madre de Ruth. En el camino, un sinfín de buenos momentos: “La cantidad de fiestas que organizaban los voluntarios para entretener a los chicos. Un día me acuerdo que llegó 'Spiderman' y mi hija, que estaba pachucha en la cama del hospital, revivió al instante. Es maravilloso el trabajo que desarrollan estas asociaciones.”
Ruth está recuperada. Lleva una vida normal, feliz, propia de su edad. Olga confiesa que, durante la enfermedad, ha aprendido mucho de su hija: “Me ha enseñado sobre todo el afán de superación, que hay que minimizar los problemas. Hoy lleva una vida normal. Si no fueran por las cicatrices, pensaría que aquello fue un mal sueño.”