La historia de Lucía, Josefa y Carolina, que han visto truncadas sus vidas por una negligencia médica

El déficit de profesionales sanitarios y las elevadas listas de espera provocan mayores casos negligentes

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La historia de Lucía, Josefa y Carolina, que han visto truncadas sus vidas por una negligencia médica

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

8 min lectura

Lucía no confia en los médicos. Matiza que no le gusta generalizar, ya que afirma que la mayoría les parece grandes profesionales y con un talante muy humano. Pero sus experiencias no han sido positivas. Su hijo, Miguel Ángel, perdió la vida hace ocho años como consecuencia de un mal diagnóstico: “Tuvo mala suerte. Todo comenzó por un error que le llevó a una escoliosis, que vino acompañada de una lista de espera de cinco años”, lamenta Lucía.

Un lustro en el que la espalda de Miguel Ángel se iba progresivamente torciendo: “Incluso denunciamos en los juzgados y en un periódico. Solo cuando se publicó la noticia le llamaron desde el hospital para operarle, pero ya era tarde. No había solución. Ya estaba en silla de ruedas.”

Tras la operación, el hijo de Lucía ingresó en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo: “El sufrimiento fue enorme, y al final acabó muriendo por la cantidad de intervenciones a las que tuvo que hacer frente. Acudimos al hospital Ramón y Cajal, donde le operaron nuevamente de la espalda, pero volvieron a equivocarse. Tras la intervención, le dejaron las piernas dobladas, flexionadas. Al final le realizaron hasta ocho operaciones. Estuvo ingresado en el hospital casi un año.”

Aquellas operaciones sirvieron de poco. El deterioro iba en aumento conforme pasaba el tiempo: “El remate vino cuando el médico le propuso ser intervenido nuevamente. Mi hijo ya no quería más operaciones. No se fiaba. Fuimos su mujer y yo quienes le convencimos de que diera accediera, porque el especialista nos aseguró que en el peor de los casos, se quedaría como estaba en ese momento, por lo que no tenía nada que perder. No fue así. Le dejaron ya tetrapléjico y condenado a morir.” Perdió la vida con tan solo 40 años como consecuencia de una cadena de malas decisiones médicas.

Lo que más duele a Lucía, es la actitud de los médicos que le atendieron: “Nunca pidieron perdón. Nos indemnizaron con la ridícula cantidad de 12.000 euros por los daños causados. Pero nunca se pararon a preguntar a mi hijo si estaba bien. Hay médicos que no les importa los pacientes nada.”

Lucía ha lamentado su mala experiencia en el ámbito sanitario. Su madre también falleció tras ser contagiada de la hepatitis C durante una transfusión de sangre: “Yo si puedo evitar ir al médico, lo hago. Mi médico de cabecera, que es una persona encantadora, me dice que debo pedir cita, aunque sea para realizarme unos análisis, pero no quiero. Todo este periplo me ha hecho desconfiar de los médicos. Los pacientes cuando acuden a un facultativo ponen en sus manos su vida. Cuando recuerdo por lo que tuvo que pasar mi hijo, hace que me cueste mucho creerles.”

Una negligencia médica provoca la pérdida de un ojo de Josefa: “Tengo una depresión de caballo”

Josefa ha perdido toda opción de recuperar la visión de un ojo como consecuencia de una negligencia médica. Todo comenzó hace dos años, cuando a los 60 sufrió una parálisis facial. Desde un primer momento, se puso en manos de los especialistas del Hospital del Poniente de El Ejido para recuperarse. Acudió al neurólogo para lograr que su boca, que se había desplazado hasta la zona de la oreja como consecuencia de la parálisis, volviera a su lugar. También recibió tratamiento del oftalmólogo para tratar de recuperar la visión.

Durante más de un año, el oftalmólogo le recetó unas gotas, hasta que el especialista determinó que era necesario realizar un trasplante. De esta manera, Josefa firmó, hace aproximadamente un año, su conformidad con dicha intervención. Paralelamente, el oftalmógo especialista en trasplante explicó a la paciente que sus posibilidades de recuperar la vista en el ojo eran escasas, apenas un 10%. Josefa aceptó. A partir de ese momento, comenzaron los problemas: “En una de las pruebas, el oftalmólogo de trasplante me pinchó el ojo, y dos días más tarde, comencé a expulsar líquido negro. Fui corriendo a urgencias. La doctora que me atendó se extrañó de que el oftalmólogo me hubiera pinchado, y en un papel reflejaba que era urgente operar. Cuando el lunes siguiente acudí a la cita con el oftalmólogo con el informe del servicio de urgencias bajo el brazo, quiso lavarse las manos y quedarse con el documento para que no le culparan por haberme pinchado erróneamente.”

Pese a todo, Josefa contaba con que el trasplante de su ojo seguiría adelante, pero el oftalmólogo se opuso: “Me decía que no me iba a trasplantar, que la única solución era quitarme el ojo. Yo le contesté que no iba a permitir que me quitara el ojo hasta que no lo determinara el especialista.”

Para el oftalmógo de trasplante, no merecía la pena ceder una córnea para implantársela a Josefa: “Se escudaba en que solo tenía un 10% de posibilidades de recuperar la visión. Yo le replicaba que era un humano, no un bicho raro, y que si había posibilidades, había que seguir adelante.” Explicaciones que no sirvieron al médico, que argumentaba además que ya se llegaba tarde a la intervención: “Me comentó que era demasiado tarde y es mentira, porque yo desde hacía un año estaba en lista de espera para ser trasplantada. Y si era urgente hacerlo, me podía haber mandado al hospital de Málaga o de Granada, donde realizan este tipo de cirugías.” Conversaciones todas ellas, según nos cuenta Josefa, que tiene grabadas, tal y como le recomendaba el Defensor del Paciente.

A día de hoy, las relaciones entre Josefa y el oftalmólogo de trasplante son tensas. No así con el oftalmólogo especialista: “Con este último me llevo bien y se preocupa por mi situación. Yo ya he asumido que he perdido el ojo. Mi única solución a estas alturas es que me maten el nervio para que me deje de doler.”

Josefa está pasando por momentos complicados a nivel de salud física y mental: “En dos años he pasado de ser una persona activa, que cuidaba de mis nietas, cocinaba... y ahora ya no puedo hacer nada. Estoy pasando por una depresión de caballo. Mi psiquiatra me dijo que ya no sabía qué hacer conmigo, porque estaba echa polvo. He intentado quitarme dos veces la vida, porque me veo inútil, padezco muchos dolores...”

Pese a la apariencia frágil de nuestra protagonista, es una persona fuerte, que ha logrado superar dos cánceres. “Yo tengo miedo a cómo pueda quedar mi ojo, pero no a la muerte. Lo que más me aterra es la idea de ser ya de por vida una persona dependiente.”

El llanto de una paciente a la espera de una reconstrucción mamaria: “Cada vez que me miro al espejo sufro”

Carolina lleva en lista de espera desde marzo de 2017 para ser sometida a una reconstrucción mamaria, tras el cáncer que padeció. Un cáncer que tuvo que ser tratado mediante quimio y radioterapia, lo que provoca que dicha reconstrucción no pueda realizarse mediante una prótesis. Carolina esperó durante casi un año a que el cirujano plástico de Guadalajara, donde vive, le diera cita y le apuntara en la lista de espera. Un año después, el especialista comentó que la falta de personal impedía seguir con el proceso tanto de Carolina como del resto de pacientes que debían someterse a la reconstrucción mamaria: “El único cirujano que hay a día de hoy en Guadalajara nos explicó que de momento no se podía continuar, ya que las otras dos cirujanas que había en servicio se habían marchado después de que le bajaran el sueldo. Lo peor es que nadie quería sustituirlas por ese salario.”

Así las cosas, actualmente no hay fecha para que Carolina y el resto de pacientes sean intervenidas: “La lista de espera está paralizada, porque no se está realizando cirugía plástica en el Hospital de Guadalajara. Estamos abandonadas. El convenio sanitario que existe entre Castilla La Mancha y la Comunidad de Madrid tampoco se está aplicando, porque las clínicas privadas de Madrid se niegan a acoger pacientes, ya que Castilla La Mancha no lo paga.”

Hace unos meses, el Gobierno de la Junta de Castilla-La Mancha ofrecía la posibilidad de que las pacientes en espera., como era el caso de Carolina, fuesen intervenidas en el Hospital de Albacete. Según cuenta, aquello fue una cortina de humo: “Nos mandaron a Albacete y cuando acudimos a la cita, los médicos nos comunicaron que por el momento no se harían. Lo único que nos ofrecieron es pasar a formar parte de una nueva lista de espera. Es decir, lo que hicieron es trasladar el problema de Guadalajara a Albacete.”

Carolina, como otras tantas mujeres, lo están pasando muy mal a nivel físico y psicológico: “A mí, la reconstrucción mamaria me cambiaría la vida. El pecho que conservo es de gran tamaño, por lo que mi peso está desequilibrido, lo que hace que mi columna esté cada vez más ladeada. Con el tratamiento del cáncer he perdido además el 30% de la densidad de mis huesos, lo que agrava el problema.”

Si a nivel físico Carolina sufre, en lo psicológico se muestra destrozada: “Es un horror cuando me ducho y me miro al espejo. Cuando voy de compras estoy condicionada por mi situación. No puedo comprar nada con escote. Todo tiene que ser de cuello alto. En invierno no importa, pero ahora en verano y en primavera se pasa muy mal. Y ni te cuento cuando voy a la playa. Es muy duro”, confiesa Carolina entre lágrimas, que no ve luz al final del túnel.

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