El deseo del Papa para mantener unas relaciones internacionales fraternas: "Seamos una familia de naciones"

El periodista y sacerdote Josetxo Vera ahonda en 'Siempre aprendiendo' en la última encíclica del Santo Padre, 'Fratelli tutti'

Josetxo Vera

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Aquí seguimos con Fratelli Tutti, la encíclica que el Papa Francisco nos ha regalado el 3 de octubre y que nos pide que seamos auténticamente hermanos. Eso es fácil haciendo el esfuerzo entre nosotros, pero es que para el Santo Padre también las relaciones entre los países tienen que ser fraternas. Y eso no es tan fácil. ¿Es posible abrirse al vecino en una familia de naciones?

El Papa dice que es necesaria una fraternidad universal y que las relaciones internacionales sean fraternas. Nos propone cuatro pasos que señalan el camino hacia una fraternidad universal. Para que haya estas relaciones es necesario acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes y a todos los marginados. No basta solo con acoger, luego hay que protegerlos, conseguir crear en torno a ellos un entorno protegido. Hay que animarles a vivir una integración con el entorno al que han venido a vivir. Y por último integrar, de forma que las personas, sin olvidar sus raíces, sean parte de los que buscan el bien común en esta tierra.

En segundo lugar, desarrollar la conciencia de que nos salvamos todos o no se salva nadie. No vale decir que nos hemos salvado unos pocos y hemos hundido a los de al lado. También pide el Papa preparar un ordenamiento mundial jurídico, político y económico que tienda hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Siempre habrá pueblos más avanzados que otros, pero estos mismos países tienen que estar mirando a los que vienen detrás: un desarrollo solidario.

Y por último, la muestra de la verdadera calidad de los países se mide por la capacidad de pensar en todos como familia humana. La misión de un político es no perder de vista a los que están fuera de su país y buscar para ellos el bien como una familia humana. Estos cuatro puntos tienen como visión en el fondo que cada persona es valiosa, simplemente por el mero hecho de existir, con su dignidad, da igual su país o comunidad, da igual sus capacidades, todos tienen el derecho a vivir con dignidad. No hay un mundo abierto si no hay un corazón abierto.

El mundo que propone Papa Francisco tiene como necesidad la palabra clave de la apertura. Así abrir la mente y el corazón nos ayuda a percibir al que es diferente y a poner los medios para que sienta acogido. En el momento actual hemos perdido un poco el rumbo, hay muchos avances tecnológicos, de energías. Sin embargo, no advertimos un rumbo que sea realmente humano donde las personas sean protagonistas.

Existen progresos históricos en la ciencia, la industria y el bienestar, pero al mismo tiempo se aprecia un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional. La ética no prima en las relaciones internacionales y por eso la situación mundial está dominada por la incertidumbre, el miedo al futuro y controlada por intereses económicos a veces desconocidos.

Tenemos que conseguir que ese mundo no esté guiado solo por una lógica económica pura, sino que tenga una lógica del bien común, de ayudar a los más necesitados. Se echan en falta valores espirituales, virtudes humanas que también son virtudes cristianas. Con esa falta de ética se crea una sensación de frustración, de “salvase quien pueda”.

Con esta incertidumbre muy fácilmente salen focos de tensión entre países que hace que mucha gente se prepare a hacer la guerra. Una situación en la que surgen fuertes crisis políticas, injusticias y en donde abunda una mala distribución de los recursos naturales. Una situación que lleva a la muerte a millones de niños, víctimas de la pobreza y del hambre. Reina un silencio internacional inaceptable.

El Papa Francisco, ante este mundo, nos propone una cercanía entre las personas, los países, las instituciones internaciones y una cultura del encuentro. Hay que darse cuenta de que los demás son necesarios.

Por eso el Papa invita a soñar una nueva humanidad. Los problemas del mundo no se corrigen con acciones individuales. Los graves problemas del mundo no se corrigen pensando únicamente en la ayuda entre individuos o pequeños grupos, porque la desigualdad afecta a países enteros. La solución pasa por una nueva ética de las relaciones internacionales. Hay que reconocer y respetar los derechos de los individuos, pero también hay que asegurar el derecho de los pueblos a la subsistencia y al progreso.

Es posible soñar en otra humanidad si en el centro de los derechos se pone la dignidad humana. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Esto trae una paz real y verdadera. Y para realizar esto es necesaria una ética de cooperación entre todos los países.

El Papa nos dice que debemos ser una “familia de naciones”. Gente distinta que se lleva bien y que tiene objetivos comunes. Para que se dé este concepto hace falta una reforma profunda de las relaciones entre los países y del entramado económico y financiero.

Por eso el Pide nos pide dar voz a las naciones más pobres y reclama un ordenamiento jurídico, político y económico a nivel mundial que favorezca la colaboración internacional para el desarrollo solidario de todos los pueblos. Lo que beneficiará a todo el planeta porque la ayuda al desarrollo de los países pobres implica la creación de riqueza para todos.

Hay que hacer un llamamiento a los artífices de la política internacional y de la economía mundial para que se comprometan seriamente en difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz. Así conseguimos unas relaciones fraternas no solo entre las personas sino también entre las naciones.