El perdón, una de las grandes aportaciones del cristianismo a la vida social y la convivencia entre personas

El periodista y sacerdote Josetxo Vera reflexiona en 'Siempre aprendiendo' sobre la petición del perdón, una de las herramientas más poderosas del cristianismo

Josetxo Vera

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Uno de los puntos más altos de la excelencia de la vida cristiana y también una de las grandes aportaciones del cristianismo a la vida social, a la convivencia, a las relaciones humanas es la cuestión del perdón. Ser capaces de pedir perdón es un paso de la conciencia que juzga la propia vida, se da cuenta del daño que ha causado en otras personas.

Una de las herramientas más poderosas del cristianismo es la petición del perdón. Es verdad que, en el origen, es una cuestión de nuestra relación con Dios: nosotros le pedimos perdón a Dios de las cosas malas que hacemos pero no solamente en relación con Él, sino también en relación con la sociedad, a la otras personas. El daño que causamos es también siempre una ofensa a Dios.

Delante de Dios es un pecado, delante de la sociedad puede ser un delito, delante de una persona puede ser una ofensa. En la vida cristiana se ha puesto en valor la idea del perdón, que comienza primero con el perdón de Dios hacia nosotros por las ofensas que le hemos causado. Para eso viene la Encarnación y para eso Jesucristo se hace hombre: para perdonarnos y abrirnos el camino del perdón.

Tiene tal potencia el perdón y la reconciliación que trasciende al Cristianismo y se incorpora a la vida social, de manera especial en los lugares donde el Cristianismo ha echado raíces. La petición de perdón tiene siempre dos caras: pedir perdón y perdonar. ¿Cuál es la más difícil? Yo creo que, sin ninguna duda, la segunda. Aquí hay que ir a la experiencia propia de cada uno, darnos cuenta de lo que nos cuesta más. Perdonar exige una categoría humana y moral increíble, sobre todo cuando es en personas concretas. Lo digo por propia experiencia: pedir perdón es solamente decir “me he pasado”, pero perdonar es decir “te has pasado, pero yo te quiero”. Eso es mucho más difícil.

Se suele decir que el hombre perdona, pero no olvida y Dios perdona y además olvida. Lo que nos pide es la capacidad de perdonar. El olvido tiene que ver con la memoria, en cambio el perdonar afecta a la naturaleza humana.

A veces la petición de perdón es automática. Se pide perdón por una ofensa que quizás se ha causado, pero sin intención. Un ejemplo muy banal es cuando caemos en el bus y pisamos a alguien. Depende del daño que le haya hecho a esa persona me perdonará o me echará un grito, pero se dará cuenta de que realmente no ha habido intención de ofender y quedará en su tejado el problema. Algo similar ocurre cuando realmente hacemos un mal queriendo hacer lo que hacíamos, pero sin querer que eso fuera malo para alguien. Si rompemos un cristal con el balón por ejemplo.

Los ejemplos que hemos puesto parecen fáciles de entender y puede ser que fácilmente se perdonen. Hay ocasiones que las consecuencias que las ocasiones no queridas han sido muy graves, se ha causado un gran daño o incluso una muerte. El dolor no es solamente grande para la persona a la que has causado un daño, sino que también el dolor es grande para la persona que lo ha causado. Son miles de circunstancias. La petición de perdón nos hace educados, cívicos, más favorables a la convivencia social.

Damos ahora un paso más. El daño que hacemos, queriendo hacer daño. Eso tiene tres dimensiones: el que hacemos a la persona dañada, el que hacemos a la sociedad y el que hacemos también a Dios. Cuando actuamos el mal estamos ofendiendo el plan de Dios. El causar un daño es algo propio de las personas, solo las personas pueden hacer voluntariamente el mal y por lo mismo solamente ellas pueden pedir perdón. El mal que hacemos nos hace daño a nosotros, por dentro. Afecta a nuestra naturaleza, somos peores personas. Somos peores humanos y nos deshumanizamos.

Cuando hacemos ese daño a otra persona, en ocasiones al tiempo adquirimos conciencia del daño que hemos causado. Quizás a partir de una lectura, de unas palabras que hemos escuchado, nos damos cuenta de que en el mal que hemos causado ha dejado en nosotros una mochila pesada y no sabemos cómo quitárnosla de encima. El camino que descarga esa mochila es pedir perdón. Ir a la persona que hemos ofendido y decirle: “Siento el daño que te he causado”. Y este es un punto muy delicado.

En ocasiones, pedir perdón por el daño causado incluye reparar el daño. Pero muchas veces el daño causado no lo incluye y no se puede saber si ese perdón es verdadero porque no existe esa reparación. Sobre todo cuando no se ha reparado el daño, se juzga la intención de esa petición a partir de las ganas que yo tengo de perdonar a alguien. Sobre todo en estas ocasiones, la petición de perdón no tiene ningún coste para el agresor y podría parecer muy barata.

La sociedad perdona mediante un juicio y un castigo. A partir del castigo quedas perdonado y la sociedad no te vuelve a juzgar. La sociedad tiene que tener la altura para conseguir reintegrar a las personas que han causado un daño a la sociedad, pero ya han pagado por ello y eso socialmente es muy complicado.

Más fácil lo pone Dios porque Él perdona siempre, con pocas explicaciones y con pocas condiciones. Basta recordar la parábola del hijo pródigo que vuelve a casa y el padre lo perdona sin pedir explicaciones.

¿Cómo es esa petición de perdón? Tenemos todos experiencias personales de esto en nuestras relaciones personales, un “lo siento”, un abrazo, un beso, unas flores significan muchas veces petición de perdón. Sin embargo, pedir perdón es un recorrido que puede durar también años.

Los ejemplos de 'Patria' y 'Maixabel', obras de literatura y de cine, nos hablan del perdón. Lo que necesitan estas dos victimas para cerrar su dolor es que les pidan perdón y puedan perdonar. El recorrido del que pide perdón puede ser muy largo, mucho más largo es el recorrido del que perdona porque hace una entrega a fondo perdido. El daño causado no se va a reparar, tu vida ha cambiado para siempre y la del que te hizo daño va a volver a ser la misma de antes y en ese contexto es fácil que se meta la idea que no sirve de nada perdonar. Sin embargo, las heridas del corazón se curan perdonando.

Ante una ofensa hay dos corazones heridos: el del que causa la ofensa y el del ofendido. El del que causa la ofensa, ese corazón se cura pidiendo perdón. Y el del ofendido, ese corazón se cura perdonando.