AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES, 9 DE AGOSTO DE 2017
Francisco muestra su dolor por la matanza en Nigeria
Desde primerísima hora de la mañana muchos han sido los paregrinos que han llenado el aula Pablo VI en Roma, para asistir a la audiencia del Papa Francisco, en este miércoles, 9 de agosto y Fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Co-Patrona de Europa. En su catequesis el Pontífice ha reflexionado sobre la esperanza en el perdón de los pecados:
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» (Lc 7,49). Jesús ha apenas realizado un gesto escandaloso. Una mujer de la ciudad, conocida por todos como una pecadora, ha entrado en la casa de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies óleo perfumado. Todos los que estaban ahí en la mesa murmuraban: si Jesús es un profeta, no debería aceptar gestos de este género de una mujer como esta. Desprecio. Aquellas mujeres, pobrecitas, que sólo servían para ser visitadas a escondidas, incluso por los jefes, o para ser lapidadas. Según la mentalidad de ese tiempo, entre el santo y el pecador, entre lo puro y lo impuro, la separación tenía que ser neta.
Pero la actitud de Jesús es diversa. Desde el inicio de su ministerio en Galilea, Él se acerca a los leprosos, a los endemoniados, a todos los enfermos y los marginados. Un comportamiento de este tipo no era para nada habitual, tanto es así que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los “intocables”, será una de las cosas que más desconcertaran a sus contemporáneos. Ahí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y ese sufrimiento se hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo, a la manera de los filósofos estoicos. Jesús comparte el dolor humano, y cuando lo encuentra, de su interior emerge esa actitud que caracteriza el cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente compasión. Literalmente: Jesús siente estremecer sus vísceras. Cuantas veces en los evangelios encontramos reacciones de este tipo. El corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios, y ahí donde existe un hombre o una mujer que sufre, quiere su sanación, su liberación, su vida plena.
Es por esto que Jesús abre los brazos a los pecadores. Cuanta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie disponible a mirarlo o verlo de modo diverso, con los ojos, mejor dicho, con el corazón de Dios, es decir, mirarlos con esperanza. Jesús en cambio, ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado tantas elecciones equivocadas. Jesús siempre está ahí, con el corazón abierto; donando esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca… ¡Eh, así es Jesús!
A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, de poco precio. Los evangelios registran las primeras reacciones negativas en relación a Jesús justamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (Cfr. Mc 2,1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía “equivocado”. Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, tanto que lo acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera de aquel sentimiento de opresión de sentirse equivocado. Es entonces que algunos escribas – aquellos que se creen perfectos: yo pienso en tantos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás… es triste esto – algunos escribas allí presentes se escandalizan por las palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque sólo Dios puede perdonar los pecados.
Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado a “buen precio”, deberíamos algunas veces recordarnos cuanto le hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él lo habría dado por cada uno de nosotros. Jesús no va a la cruz porque cura a los enfermos, porque predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona: perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no acepta que el ser humano consuma toda su existencia con este “tatuaje” imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con estos sentimientos Jesús va al encuentro: de los pecadores, de los cuales todos nosotros somos los primeros.
Así los pecadores son perdonados. No solamente son consolados a nivel psicológico: el perdón nos consuela mucho, porque son liberados del sentimiento de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva. “Pero, Señor, yo soy un trapo” – “Pero, mira adelante y te hago un corazón nuevo”. Esta es la esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que era un traidor de la patria, un explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto: este seguramente tenía un título en coimas, ¿eh?, Zaqueo, rico corrupto de Jericó, se transforma en un benefactor de los pobres. La mujer de Samaria, que tenía cinco maridos y ahora convive con otro, recibe la promesa del “agua viva” que podrá brotar por siempre dentro de ella. (Cfr. Jn 4,14). Y así, cambia el corazón, Jesús; hace así con todos.
Nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primera amalgama para formar su Iglesia a las personas que no se equivocan jamás. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro ha entendido más la verdad de sí mismo al canto del gallo, en vez que de sus impulsos de generosidad, que le henchían el pecho, haciéndolo sentir superior a los demás.
Hermanos y hermanas, somos todos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos la esperanza, y esto cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha entendido esta verdad fundamental, Dios regala la misión más bella del mundo, es decir, el amor por los hermanos y las hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a ninguno. Y esta es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús. Gracias.
Posteriormente el Papa ha resumido sus palabras en los principales idiomas en los que también ha saludado. No ha querido dejar pasar la ocasión para reiterar su profundo pesar por el ataque perpetrado por un grupo de hombres armados en una iglesia en Ozubulu, en el sureste nigeriano.
Como hizo en un telegrama, enviado en su nombre por el Cardenal Secretario de Estado al Obispo Hilary Paul Odili Okeke, con su especial cercanía en la oración, también en su audiencia general, el Santo Padre expresó su repulsa por la violencia con un apremiante llamamiento:
«Me causó profundo dolor la matanza que ocurrió el pasado domingo en Nigeria, en el interior de una iglesia, donde fueron asesinadas personas inocentes. Deseo que cese toda forma de odio y de violencia y que no se repitan nunca más crímenes tan vergonzosos, perpetrados en lugares de culto, donde los fieles se reúnen para rezar»
Con su cordial bienvenida a los peregrinos provenientes de tantos países, el Obispo de Roma encomendó a todos a la Virgen Santa, con el anhelo de que enriquezca la vida de cada uno con frutos de bien. Y sintetizando su catequesis dedicada al perdón de Dios, alentó a testimoniar en el mundo la misericordia divina que nos transforma y nos renueva en la esperanza.
Nuestra Señora de Jasna Gora y el Santuario mariano polaco de Czestochowa, en el saludo entrañable del Papa Francisco a los peregrinos de Polonia:
«Queridos hermanos y hermanas, que el perdón de nuestros pecados que recibimos como don del amor misericordioso de Cristo, sea para nosotros fuente de esperanza y motivo para ser misericordiosos hacia los demás.
Hoy, en especial, me uno espiritualmente a aquellos que desde diversas ciudades de Polonia acuden a pie en peregrinación hacia el Santuario de la Madre de Dios de Jasna Gora. Que la Madre y Reina de Polonia acoja la fatiga y las oraciones de los peregrinos y obtenga de su Hijo la plenitud de las gracias para ellos, para sus familias y para toda la nación».
También en su saludo a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los de Egipto, Tierra Santa y Oriente Medio, el Santo Padre recordó la misión de la Iglesia de anunciar a todos la misericordia de Dios:
«Jesús no fundó una Iglesia compuesta por personas buenas y justas, sino por pecadores y personas débiles, que, habiendo experimentado la misericordia de Dios intentan vivir su voluntad, en su caminar de la vida cotidiana.
Por lo tanto, la misión primaria y fundamental de la Iglesia es la de ser un hospital de campo, y un lugar de sanación, de misericordia y de perdón y de ser fuente de esperanza para todos los que sufren, los desesperados, los pobres, los pecadores y los descartados».
Como es tradicional, antes de su bendición, el saludo del Papa a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«Deseo, queridos jóvenes, que el encuentro con tantos lugares cargados de cultura, de arte y de fe sea ocasión propicia para conocer e imitar el ejemplo que nos dejaron tantos testigos del Evangelio, que vivieron aquí. Como san Lorenzo, cuya fiesta celebramos mañana.
Los aliento a ustedes, queridos enfermos a unirse constantemente a Jesús sufriente llevando con fe la cruz por la redención del mundo. Y les deseo, a ustedes, queridos recién casados, que construyan su nueva familia sobre el sólido cimiento de la fidelidad al Evangelio del Amor».
Por último rezó el Padrenuestro e impartió la Bendición Apostólica, extensiva especialmente para enfermos impedidos.