Carta del arzobispo de Barcelona: «Un modelo de humildad»

Juan José Omella exalta en su carta de esta semana la figura de Juan Pablo I, beatificado el septiembre pasado, quien hizo de la humildad el lema de su escudo episcopal

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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El Pontífice más breve de la historia contemporánea, conocido como «el Papa de la sonrisa», se ha convertido en el quinto obispo de Roma del siglo XX que ha llegado a los altares, como lo hicieron Pío X, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Hablamos del papa Juan Pablo I, que ocupó la sede de Pedro solo 33 días, entre el 26 de agosto y el 28 de septiembre de 1978. El papa Francisco presidió la Eucaristía de su beatificación el pasado domingo 4 de septiembre.

Seguramente muchas personas recuerdan la imagen de Juan Pablo I, sonriente en el balcón central de la basílica de San Pedro, ese mediodía de agosto en el que rezó su primer ángelus dominical y, dirigiéndose a la multitudinaria audiencia, dijo: «Yo no tengo la sapientia cordis [la sabiduría del corazón] del papa Juan [XXIII], ni tampoco la preparación ni la cultura del papa Pablo [VI], pero estoy en su puesto, debo tratar de servir a la Iglesia. Espero que me ayudéis con vuestras plegarias».

El papa Luciani, en recuerdo y en homenaje a sus dos predecesores inmediatos, escogió un nombre compuesto para su pontificado: Juan Pablo. Con su mirada afable y su sonrisa, logró transmitirnos la bondad del Señor. Y es que una sonrisa sincera tiene una fuerza colosal y contagiosa que nos hermana. Una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, nos abre el corazón y nos acerca, nos predispone al diálogo, al intercambio, a cooperar, a ayudarnos los unos a los otros.

En el fondo, el secreto del alma de Juan Pablo I era la sencillez y la humildad. Hay una anécdota divertida y profética que tuvo lugar cuando, en el curso de un acto público en Venecia, su predecesor, el papa Pablo VI, se acercó al cardenal Albino Luciani y, con un gesto amable y simpático, le puso la estola papal que llevaba, lo que le avergonzó un poco. Posteriormente, el propio cardenal Luciani, en el ángelus del día 27 de agosto, lo admitiría y explicaría: «Me hizo poner completamente colorado ante veinte mil personas».

Juan Pablo I escogió una sola palabra como lema de su escudo episcopal: Humilitas, una palabra que tuvo muy presente y con un significado real y auténtico en todos los estadios y momentos de su vida. La humildad no abunda demasiado en nuestra sociedad ni tampoco en nuestra historia. Es una cualidad entrañable, muy valiosa, que nos acerca a Dios y a los hermanos. Juan Pablo I fue un discípulo de Cristo humilde de corazón. No olvidemos lo que dice Jesús: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». (Mt 11, 29)

Queridos hermanos y hermanas, os invito a conocer la vida de este pontífice romano elevado a los altares. Pidamos al Espíritu Santo, por intercesión del beato Juan Pablo, el don de la humildad. La humildad es una de las virtudes que siempre debe acompañar la vida y las obras de los discípulos de Jesucristo.

† Juan José Omella Omella

Cardenal arzobispo de Barcelona