Carta del arzobispo de Burgos: «Sacerdotes con corazón de Buen Pastor»
En el Domingo del Buen Pastor, Mario Iceta se dirige a los sacerdotes y les recuerda que son, a pesar de las dificultades, las manos compasivas de Dios
Madrid - Publicado el
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Queridos hermanos y hermanas:
«Yo soy el Buen Pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas» (Jn 10, 14-15).
Inmersos en este tiempo de Pascua, celebramos la misericordia del Señor con el Domingo del Buen Pastor: Aquel que se encarna hasta el extremo de entregarnos su propia vida.
El Cordero inmolado en la Cruz (cf. Ap 5, 6-12), con sus brazos abiertos y resucitados, se hace guía, pastor, defensor y refugio de sus ovejas por medio de nuevos pastores que Él elige para cuidar su rebaño. El «Pastor de los pastores» (1 Pe 5, 4) conoce personalmente a todas sus ovejas, las llama por su nombre, las resguarda de los peligros de la noche, las preserva de la muerte y cada mañana, al despertar, las está esperando para guiarlas durante la jornada.
Porque el pastor «no puede contentarse con saber los nombres y las fechas, su conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el corazón», afirmó en 2006 el Papa Benedicto XVI durante la ordenación de quince diáconos de la diócesis de Roma. El sacerdote, mediante el sacramento del Orden, «es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de Él y actuando con vistas a Él, realice en comunión con Él el servicio del único Pastor, Jesús, en el que Dios como hombre quiere ser nuestro Pastor».
Jesucristo es el único Sacerdote. Y solo se puede ser pastor de su rebaño por medio de Él y en la más íntima comunión con Él. La voz fiel del Padre desea recordarnos que llevó nuestras heridas en su cuerpo sobre el madero, uno a uno, sin excepción alguna, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia, pues por sus heridas hemos sido curados: «porque erais como ovejas extraviadas; mas ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas» (1 Pe. 2, 24-25).
Y ahora quisiera dirigirme, de manera especial, a los sacerdotes. A vosotros, que os entregáis, cada día, en cada plegaria y en cada gesto, siendo imagen del Buen Pastor que guía a su grey por valles oscuros, soportando a la intemperie las inclemencias del tiempo, de la oscuridad y del camino; que hacéis de vuestra vocación un servicio sin reservas; que no queréis que nadie se vaya de este mundo sin haber conocido la misericordia del Señor. A vosotros os quiero agradecer, desde lo más hondo del corazón, el testimonio de vuestra vida que llena el mundo de esperanza.
Queridos sacerdotes, amigos íntimos del Señor: desde el madero, en su oblación sagrada, Él se ofrece como Hostia inmaculada a través de vuestra mirada sacerdotal para que encaminéis –con un amor y una delicadeza exquisitas– a las ovejas al Pastor, mediante el alimento de su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía y en el perdón de los pecados mediante el sacramento de la reconciliación.
Sois la mano, el consuelo y la felicidad que muchos anhelan encontrar cuando lo han perdido todo. Sois la esperanza a través de la cual, Jesucristo consuela las heridas. Y sois, a pesar de las dificultades, las manos compasivas de Dios.
No olvidéis el precioso barro que os ha formado para ser eternamente Suyos. Aunque paséis por momentos de aridez o de prueba, vuestra vida sacerdotal siempre merece la pena. Recordad, cada día y desde la Mesa del altar, que vuestra vida es un continuo acto de amor, una luz que ilumina la oscuridad y una Eucaristía que hace presente la misericordia de Dios.
Pidamos hoy, con la Virgen María, el don de la santidad y de la perseverancia en nuestra vocación. Que este mes de mayo que vamos a comenzar, reencontremos en María el amor de la madre que acompaña con esperanza nuestro caminar. Para que no nos cansemos de imitar al Buen Pastor y salgamos «a los caminos y cercados» (Lc 14, 23) llevando su mensaje de salvación a todos los rincones olvidados de la tierra.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.