Carta del arzobispo de Santiago para la Jornada del Domund
Julián Barrio nos recuerda hoy que estamos llamados a ser testigos y misioneros, ya que la universalidad de la verdad de Cristo exige ser anunciada
Madrid - Publicado el
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Cuando Jesús sube al cielo les dice a sus discípulos: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta el confín de la tierra” (Hech 1,8). El don del Espíritu Santo y el testimonio son la garantía de la Iglesia en su misión evangelizadora. Cristo estará donde su Iglesia dé testimonio de él y se entregue por él. Los Apóstoles comenzaron a anunciar a Cristo, acontecimiento que quienes forman la comunidad cristiana deben conocer poniendo su vida bajo esta nueva luz que le da sentido. La universalidad de la verdad de Cristo exige que sea anunciada.
El papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada nos dice que los tres fundamentos de la vida y de la acción misionera son: “Para que seáis mis testigos”, “hasta los confines de la tierra” y “el Espíritu Santo vendrá sobre vosotros y recibiréis su fuerza”. Somos llamados a ser misioneros y testigos, conscientes de que la identidad de la Iglesia es evangelizar, anunciando la vida, muerte y resurrección de Cristo por amor a Dios Padre y a los hombres. En estos tiempos de incertidumbre, volvamos a Cristo, la Buena Noticia de la salvación, con alegría y dando testimonio. San Pablo VI escribió: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN 41). Por esto en la evangelización el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van íntimamente unidos, siendo fundamental la acción del Espíritu Santo, con su fuerza e inspiración. “Recibir el gozo del Espíritu Santo, escribía el papa Francisco, es una gracia. Y es la única fuerza que podemos tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor” (Domund 2020).
La oración, “que es la primera forma de misión, porque es el Espíritu del Señor el que precede y permite nuestras buenas obras: la primacía es siempre de su gracia” (cf. EG 223), en la misión evangelizadora ha de estar acompañada por la acción caritativa-social, generando procesos de discernimiento cristiano sobre las condiciones de las pobrezas materiales y espirituales, y sobre los anhelos y reivindicaciones de los pobres, alentando el espíritu de caridad, proyectándonos hacia la sociedad con el anuncio y los gestos proféticos, como luz puesta en el candelero, y tratando de vivir un amor activo y concreto con cada ser humano. “No debe olvidarse, ciertamente, que nadie debe quedar excluido de nuestro amor, desde el momento que con la Encarnación del Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre… Es la hora de una nueva imaginación que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” (NMI 49-50). El amor a los pobres es evangelio que acoge, abraza, y libera. En este sentido, la acción caritativa se conecta con las esperanzas históricas de la humanidad, y con las experiencias originarias de la fe porque derivan de una iniciativa de revelación y redención divinas. Hemos de percibir la amplia dimensión del compromiso caritativo en el anuncio de la obra salvadora y liberadora de Jesús. El pobre nos interpela, debe ser evangelizado y nos ayuda a evangelizarnos. No le podemos tratar de memoria ni por ordenador. La comunidad cristiana tiene el deber y la responsabilidad de ser el sujeto de la acción socio-caritativa, “que sin dejar de gozarse con las iniciativas de los demás, reivindica para si las obras de caridad como deber y derecho propio que no puede enajenar” (AA 8).
También necesitamos conocer mejor la Sagrada Escritura como Palabra de Dios para anunciar a Jesucristo con obras y palabras en la vida cotidiana [1]. El ministerio de la Palabra “tiene como misión iluminar, dar sentido, mostrar el verdadero significado de los acontecimientos. Sólo las Escrituras nos descubren la mirada y los designios de Dios y sólo desde ellas el hombre puede situarse ante la vida como un creyente. De lo contrario permanece ciego, en la obscuridad… La luz no es para ser contemplada ella misma, sino para poder ver la realidad sobre la que se proyecta. La lámpara se coloca sobre el candelero no para ser vista, sino para que vean los que habitan la casa (Mt 5,15)”[2]. Se trata de conocer el sentido de la vida a través de la Palabra de Dios.
Pidamos a la Virgen María, en quien la Palabra se hizo carne, y al Apóstol Santiago que derramó su sangre por el anuncio del Evangelio, intercedan ante el Señor para que fortalezca a todos los misioneros y misioneras en su labor misionera que necesita también de nuestra generosa ayuda económica.
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela