Carta del arzobispo de Sevilla: «Vosotros sois mis amigos»
Ante el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, José Ángel Saiz Meneses nos recuerda que los cristianos estamos llamados a comprender y paliar las dificultades del otro
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El pasado sábado 3 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. El papa Francisco envió un Mensaje titulado “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15,14). En él subraya que las personas con discapacidad tienen su lugar en el Pueblo fiel de Dios, y eso es una invitación, una llamada a las comunidades parroquiales y diocesanas, y a todas las realidades asociativas, a seguir adelante y abrir nuevos caminos con creatividad pastoral; porque cuando la Iglesia acoge con amor y ternura a sus hijos discapacitados, es más hermosa, y se puebla de sus sonrisas y ternura, y de amistad, que es el modo principal a través del cual ellos viven su fe y su experiencia espiritual.
La madurez y calidad humana de una sociedad se mide por el trato que dispensa a sus miembros más vulnerables. En los últimos decenios, gracias a Dios, hemos visto cómo las sociedades avanzadas se han esforzado para tratar con la dignidad que merecen a las personas con discapacidades. No obstante, hemos de seguir trabajando en este sentido pues del mismo modo que se han producido avances importantes también hemos conocido algunos retrocesos dolorosos. Las personas con discapacidad son ante todo y sobre todo personas, y llevan en su ser la impronta de la imagen y semejanza divina. La dignidad no viene determinada por el color de la piel, el sexo, el lugar de nacimiento… por supuesto tampoco por una discapacidad. El Señor manifiesta con claridad a los discípulos la predilección por aquellos que eran considerados una carga para la sociedad por el hecho de padecer alguna dificultad.
Los cristianos estamos llamados a comprender las dificultades del otro e intentar aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. De hecho, eso es lo que hizo el Hijo de Dios con nosotros, participó de los padecimientos del género humano los asumió para sí y los hizo propios. Compartir las dificultades con nuestros hermanos que padecen algún tipo de discapacidad es por tanto una acción de discipulado. Pero el seguimiento de Jesús no se agota en la acción socio-caritativa; el Señor nos envía a anunciar la Buena Nueva. En la respuesta a los discípulos de san Juan Bautista el Señor pone de manifiesto que el reinado de Dios llegará a este mundo por la predicación del Evangelio. No serán nunca suficiente los esfuerzos para que nuestros hermanos que tienen algún tipo de discapacidad tengan un pleno acceso a la evangelización. Por este motivo animo a todos los agentes pastorales a que sigan trabajando sin escatimar esfuerzos para el desarrollo e implantación de los programas y acciones que permitan a estos hermanos nuestros incorporarse a la pastoral, a la celebración litúrgica o a la acción socio caritativa de nuestras parroquias. Las personas con discapacidad son y están llamadas a ser cristianos que desarrollen su vida al servicio de los demás.
Todos pasamos por dificultades, todos arrastramos heridas en la vida, todos tenemos alguna limitación física, mental o emocional. Pero no debemos desfallecer ante las dificultades que la vida nos presenta. El Señor sigue vinculando con él y con su misión a todas las personas que estén dispuestas a tomar la cruz y seguirlo. Es una misión que sólo con amor y por amor se puede llevar a cabo. Y cuando así se realiza, a pesar del dolor, se experimenta la paz interior y la alegría del espíritu, porque en el dolor y la cruz se vislumbra siempre el gozo de la resurrección. El dolor no es una carga inútil, deprimente, un lastre existencial que se debe evitar a toda costa, o como mucho, soportar con resignación. Se puede convertir en colaboración eficaz en la obra de la salvación si se une a los padecimientos de Cristo, a su cruz. En consecuencia, se convierte en fuente de salvación, en fuente de santificación personal, y en fuente de una alegría que nada ni nadie es capaz de arrebatar.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla