Carta del arzobispo de Tarragona: «Eutanasia encubierta»
Joan Planellas Barnosell denuncia en su escrito de esta semana que la valía del ser humano se mide por la edad, por su rendimiento o utilidad social
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Estimadas y estimados. Recientemente se ha aprobado la ley que regula la eutanasia en el Estado español y a la que ya se han acogido algunas personas. Hoy no voy a hablar de esta ley. Como dije en su momento, ante leyes como estas, los cristianos debemos hacer objeción de conciencia. Me remito, además, a la Nota doctrinal sobre la objeción de conciencia: Para la libertad nos ha liberado Cristo, publicada por la Conferencia Episcopal el pasado 25 de marzo. Hoy quiero hablar de la atención global que se da a algunos pacientes por motivo de su edad, un tema que ha aparecido en varios medios.
Existe una práctica no escrita, pero real en ciertos ámbitos del sector médico, según la cual a los pacientes de una cierta edad no es necesario practicarles determinadas pruebas o proporcionarles determinados tratamientos porque se considera algo innecesario que va en detrimento de otros pacientes con mayores probabilidades de sobrevivir. Hacer este planteamiento equivale a decir que las personas mayores ya no son útiles a la sociedad y dado que han hecho su camino en la vida, no es necesario dedicarles los mismos esfuerzos que a los pacientes que sí pueden todavía ser útiles o vivir más años. Y me pregunto: ¿La dignidad de la persona depende de la edad? No. Es como si el grado de dignidad del ser humano estuviera relacionado con las capacidades mentales, la riqueza o la posición social.
Nunca agradeceremos suficientemente a la medicina todo lo que ha hecho por el bienestar de la humanidad, pero la ciencia médica, como toda actividad humana, puede sesgarse. Con estas prácticas se renuncia a su finalidad, que no es otra que estar al servicio del ser humano. La medicina no puede hacer suyo el planteamiento que considera al hombre exclusivamente como un elemento más en la escala evolutiva, aunque sea el más evolucionado, porque esto abre la puerta a prácticas perversas que despojan al hombre de esa dignidad, cantada admirablemente por Pico della Mirandola en su Oratio de hominis dignitate (1486), que la había caracterizado desde siempre.
Si la valía del ser humano se mide por la edad, por su rendimiento o utilidad social, ¿quién se atribuirá la capacidad de calificar la dignidad de las personas? ¿No pensáis, conmigo, que éste es un grave peligro? El argumento de quien defiende que no vale la pena invertir esfuerzos en quien ya no es útil a causa de su edad, no está lejos de los argumentos de films de ciencia ficción que presentan sociedades idílicas que eliminan a los habitantes a partir de una determinada edad, o de las prácticas reales de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial que puso en marcha la eufemística operación «T4» para eliminar personas no productivas para el Estado.
¿Dónde queda el necesario debate sobre el testamento vital y el derecho a la muerte digna? ¿Dónde quedan las prácticas humanas del bien morir y su relación con la preservación de la vida y la dignidad durante toda su existencia? Los cristianos afrontamos ese debate, lo consideramos necesario y tenemos la idea clara de que el ser humano, creación de Dios, no puede quedar recluido a determinadas decisiones públicas, sino que posee intrínsecamente una dignidad inalienable independientemente de la edad o de su condición social.
+ Joan Planellas Barnosell
Arzobispo de Tarragona