Carta del arzobispo de Tarragona: «Reencarnación, ¡no! ¡Resurrección!»
Ante la tendencia actual de prescindir de las tumbas cuando alguien muere, Joan Planellas reivindica la identidad de la persona antes y después de la muerte
Madrid - Publicado el - Actualizado
3 min lectura
Estimadas y estimados. El corresponsal en Nueva York de La Vanguardia publicaba no hace mucho que, en esa localidad, se dio el visto bueno a la legislación que permite acelerar y convertir la descomposición del cadáver en fertilizante. No es el primer lugar en el que esta legislación se aprueba; ya había sucedido anteriormente en Washington (2019), Colorado y Oregón (2021), Vermont y California (2022). Resulta que el «Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás», ahora puede convertirse en: «Recuerda que eres materia orgánica, y que te convertirás en abono para la vida vegetal». Se trata de una forma de reencarnarse. Ya lo había cantado Joan Manuel Serrat en Mediterráneo: «Y a mí enterradme sin duelo / Entre la playa y el cielo / En la ladera de un monte / Más alto que el horizonte / Quiero tener buena vista / Mi cuerpo será camino / Le daré verde a los pinos / Y amarillo a la genista».
Los rituales funerarios han existido siempre en la historia de la humanidad. Son prácticas religiosas que han evolucionado con el tiempo, pero que han tenido siempre una relación con la vida de ultratumba: reflejan las creencias de los humanos en la vida del más allá. Según sea la creencia en el más allá, será el ritual. En el hinduismo, por ejemplo, siempre se han quemado los cadáveres y se han lanzado las cenizas al Ganges. Sólo se hizo una excepción con Gandhi, de quien se guarda una parte de las cenizas en un mausoleo en Nueva Delhi, por el prestigio y significado de su persona en la India. La cremación indica que el individuo vuelve al todo del que ha formado parte desde siempre.
También la incineración se ha impuesto entre nosotros desde hace unos años. Las cenizas son depositadas, a veces, en cementerios, como si fuera una tumba, aunque ocupando menos espacio. En cualquier caso, las cenizas depositadas en un cementerio, indican que son de alguien, como el cadáver de la tumba también era alguien, no sólo simple materia orgánica. Sin embargo, hoy se impone la tendencia a prescindir de las tumbas, como afirma Antoni Puigverd: se eliminan los cadáveres en los hornos de incineración y luego se esparcen las cenizas en cualquier lugar. Es la pérdida de la identidad. Formamos parte de un todo, al que retornamos una vez muertos. Ésta es la visión que el neopaganismo panteísta ha impuesto a nuestra cultura contemporánea como consecuencia de considerar la realidad desde un punto de vista estrictamente inmanente y cientificista, obviando que lo que nos identifica como humanos no es nuestra biología sino nuestra biografía. Los humanos no somos sólo materia orgánica, sino materia y espíritu.
Ésta es una de las novedades importantes que aporta el cristianismo: más que la vida después de la muerte, que siempre ha estado presente en las diversas religiones, es la identidad de la persona humana antes y después de la muerte. Esto es lo que nos dicen los relatos de las apariciones de Jesús: el Cristo resucitado es el mismo que el crucificado. Jesús dice al incrédulo Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20,27). Creer en la resurrección no es sólo creer en la vida después de la muerte, sino creer en nuestra identidad antes y después de la muerte. Esto es lo que reflejan las tumbas de los cementerios: que no somos sólo materia orgánica, sino materia orgánica con una identidad propia. Y ésta es también la esperanza de la resurrección. Por tanto, reencarnación y resurrección no son realidades homologables, por más que una determinada cultura contemporánea nos lo quiera hacer creer.
Vuestro,
+ Joan Planellas i Barnosell
Arzobispo de Tarragona