Carta del arzobispo de Tarragona: «El universo de Dostoyevski»
En su escrito semanal, Joan Planellas se adentra en varias obras de Dostoyevski para reflexionar sobre nuestra exixtencia
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Estimados y estimadas. Tamara Djermanovic nos ofrece una visión al alcance de todos de la obra de Dostoyevski. Él «ha bajado a las profundidades del alma humana y ha descrito los cielos y los abismos que allí se encuentran». Para Dostoyevski, somos nosotros quienes en último término tenemos la libertad de decidir cómo será nuestra existencia: este credo hace que la vida valga la pena, a pesar de sus contradicciones. Una de ellas es la irracionalidad humana. En Apuntes del subsuelo —alterego del autor— levanta la voz contra el racionalismo científico y el positivismo. El progreso no ha creado un mundo mejor, sino justamente lo contrario, como ya había anunciado Rousseau en su Discurso sobre las ciencias y las artes. Es en Los endemoniados donde Dostoyevski retrata a los jóvenes contagiados por las nuevas ideas que se amparan bajo las banderas del socialismo, el nihilismo y el ateísmo. Dostoyevski culpa a Occidente de haber inflamado a la juventud rusa. Nikolái Stavroguin, su protagonista, es condenado sobre todo «porque ha dejado de conocer a su pueblo»: perder las raíces es peor que ser occidentalista.
La idea de cometer un crimen «en interés de la humanidad» ocupa el centro de Crimen y castigo —para mí la mejor novela de Dostoyevski—, con la figura de Raskólnikov, que defiende transgredir ciertas normas si así lo exige el bien de los demás. Dostoyevski analiza el problema de la libertad cuando ésta se vincula a la posibilidad de ejercer el mal para conseguir el bien. La figura de Raskólnikov se complementa con la de Sonia, una gran pecadora que ha conservado la pureza de espíritu. La heroína de Dostoyevski tiene una capacidad de sacrificio sin límites. Sin ella, Raskólnikov no habría confesado su crimen, la condición necesaria para volver a la vida.
Los hermanos Karamázov, la última gran novela de Dostoyevski, presenta a tres hermanos —Dmitri, Ivan y Alekséi—, con tres actitudes distintas frente a la vida. Alekséi encuentra en el monasterio «una salida ideal para su alma, ansiosa por elevarse hacia la luz del amor». Tiene una capacidad de amar y perdonar sin límites, como lo manifiesta su padre: «Tú eres el único que no me has condenado». La auténtica santidad implica no juzgar a nadie y comprender a todos, sin esperar nada a cambio. La filosofía de Iván recuerda, en parte, la de Raskólnikov de Crimen y castigo. Ambos cometen un crimen, pero el de Iván es ideológico: no mata directamente, sino que incita a matar. Inculca sus ideas a un ignorante —el hijo bastardo— y éste se presta a cometer el parricidio. Se trata de la relación entre una idea o ideología y su realización práctica. Sólo cuando se lleva a cabo el crimen, Iván se da cuenta de la trascendencia de sus palabras: «Él ha matado, pero yo le he enseñado a matar».
Dmitri, el más autobiográfico, es apasionado e irracional; ama la vida y los placeres, pero a la vez se preocupa y sufre por los demás: «Me comportaba como un libertino, pero he amado el bien. A cada instante me quería corregir, pero he vivido como una bestia». En cambio, Fiodor, el padre, es la encarnación del principio «si Dios no existe, todo está permitido»: «Que el mundo arda mientras yo pueda estar bien». Finalmente, un viejo monje, Zósimo, entiende a todo el mundo y lo perdona todo; más que propagar la fe, intenta conciliar los destinos de los demás mediante el amor como una fuerza viva que está al alcance de todos. Para él, lo más importante es el amor realizado, porque sin su fuerza tampoco se puede creer en Dios: «A medida que avance el amor, se irá convenciendo de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma».
+ Joan Planellas i Barnosell
Arzobispo de Tarragona