Carta del obispo de Astorga: «De la adoración al compromiso»

En su escrito de esta semana, Jesús Fernández González reflexiona sobre la fiesta del Corpus y el significado que la Eucaristía debería tener para los cristianos

jesusfernandezgonzalez

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Con motivo de la celebración de la Solemnidad del Corpus Christi, Día de la Caridad, los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social de la Conferencia Episcopal Española hemos hecho público un Mensaje con el que pretendemos ayudar a los cristianos a comprender y vivir la Eucaristía como sacramento que impulsa el amor a los hermanos más pobres y necesitados.

Vivimos tiempos convulsos marcados por la pandemia de la Covid-19, presente entre nosotros desde hace ya más de dos años. A la carga de enfermedad, soledad y muerte que nos deja, se agrega la causada por la veintena larga de guerras que asolan el mundo y, particularmente, por la de Ucrania. Estos conflictos están provocando desplazamientos forzosos, violencia, dolor, muerte…

A pesar de todo, es también tiempo de esperanza: Cristo ha hecho suya esta situación penosa de la humanidad y la ha redimido en la Eucaristía, anticipo de su entrega por nosotros, y finalmente, en la cruz. Añado además que los sufrimientos personales y comunitarios no nos dejan desamparados, sino que nos adentran en el Corazón de Cristo crucificado y resucitado, fuente de toda esperanza.

Ofrece también motivos para la esperanza la respuesta solidaria de tanta gente de la sociedad y de la Iglesia, sobre todo a través de Cáritas. El amor es creativo y se las ha ingeniado para encontrar y ofrecer respuestas adecuadas a situaciones nunca vividas antes: con los comedores de caridad cerrados por miedo a los contagios, se han repartido las comidas a domicilio; se ha acompañado y apoyado a personas solas en sus casas, los sanitarios han hecho esfuerzos extraordinarios por salvar la vida de los contagiados, se han realizado los servicios religiosos de urgencia…

Esta historia de amor protagonizada principalmente por los discípulos de Jesucristo, el Buen Samaritano, ha vivido un punto álgido con la creación y la puesta en marcha de Cáritas española, hace setenta y cinco años. Durante el presente año, celebramos los “75 años de amor por los demás” de la confederación de las Cáritas españolas. Lo más importante de esta historia son las miles de personas que, tanto en nuestro país como más allá de sus fronteras, han confiado su vida a esta institución eclesial; junto a ellas, han estado también otros muchos voluntarios que han generado ilusiones, oportunidades y esperanzas en los más pobres y necesitados. ¡Felicidades, Cáritas!

Ciertamente, nuestras gentes han mostrado madurez y generosidad, al poner en acción su creatividad y su empeño en cuidar a los frágiles de este mundo. Pero tenemos que seguir adelante con un compromiso que no puede ser simplemente flor de un día, sino que se ha de mantener en el tiempo. Hemos de seguir sembrando en los campos de nuestro mundo semillas de bien, de justicia y de caridad para lograr un mundo más humano, justo y pacífico, teniendo presente que -como dice el Papa Francisco- “no tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y auxilio de las sociedades heridas” (FT 77).

La Iglesia sinodal ha de proseguir su peregrinación de amor. En nuestra marcha, no vamos solos, Cristo está con nosotros y nos alimenta con el Pan de Vida. En esta Solemnidad del Corpus Christi, recojámonos en silencio contemplativo ante el misterio de la fe para poder descubrir el cuerpo roto de Cristo en los pobres y exclamemos con devoción: “Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento”. Pasemos también de la adoración al compromiso para, con el apoyo divino, transformar la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste (cf. NMI 29). Que así sea.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga