Carta del obispo de Astorga: «Convertirse al Dios del abrazo»

Ahora que iniciamos la Cuaresma, Jesús Fernández González nos recuerda que los cristianos estamos llamados a trabajar por la cultura del diálogo y del encuentro

jesusfernandezgonzalez

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Al comienzo de este tiempo de gracia que es la cuaresma, queremos que resuene la palabra que Dios nos dirige a través del profeta Joel: “Convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso” (Joel 2, 13). Nuestra vida y nuestro mundo necesitan un giro. No lo podemos negar: somos pecadores y, a pesar de arrepentirnos y pedir perdón tantas y tantas veces, seguimos necesitados de la compasión y de la misericordia del Señor: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa” (Sal 50, 3).

Muchos y variados son nuestros pecados. En esta ocasión, quiero hacer hincapié de forma especial en uno que, desgraciadamente, está de moda: la violencia. Se hace patente en las múltiples confrontaciones bélicas, en los atentados que afectan de un modo especial a los cristianos y a las minorías étnicas, en la que tiene por objeto a la mujer, a los niños por nacer y a los ancianos, en la destrucción de la imagen de las personas a través de las redes sociales…

Son muchas las razones que fundamentan el compromiso cristiano por la paz. No podemos ignorar que somos hijos de un Padre que “hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 45), de un Padre que, aun siendo nosotros pecadores, nos regaló a su propio Hijo para que, por su muerte y resurrección, nos liberara del pecado y de la muerte (cf. Rom 5, 8). Discípulos de Cristo, lo contemplamos en el Huerto de los olivos evitando la violencia en el momento del prendimiento y, cuando es abofeteado, pidiendo explicaciones, pero asimilando el golpe sin responder con la misma moneda (cf. Jn 18, 23). Su mensaje también es claro al proclamar dichosos a los mansos y a los que trabajan por la paz y al decir: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen” (Mt 5, 44).

Nuestro mundo parece desangrarse por momentos a causa de una violencia irracional que, apoyada en el desarrollo de armas de destrucción masiva, amenaza incluso nuestra supervivencia. Definitivamente, la violencia no se detiene con más violencia, por eso el Señor declara superada la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Del espíritu de venganza, hemos de pasar al de reconciliación. Pero, como decía s. Juan Pablo II, para una reconciliación plena, es necesaria la liberación del pecado. Sin un cambio interno de los hombres, no puede darse la unión entre ellos. “La conversión personal es la vía necesaria para la concordia entre las personas” (cf. GS 10). Abrámonos, pues, a la gracia de Dios y trabajemos por erradicar de nosotros los rencores, las envidias, los celos, los odios, los deseos de venganza. De esas semillas brota el fruto amargo de la violencia.

Los cristianos estamos llamados también a trabajar por una cultura del diálogo y el encuentro. Muchos de los enfrentamientos surgen de la falta de comunicación y de presencia personal. Es fácil enredarse en lucubraciones equivocadas a cerca de las intenciones ajenas, es fácil pensar mal de los otros cuando no nos miramos a la cara, cuando no nos comunicamos con pretensión de verdad.

Y, en fin, que no falte la oración. En su Mensaje para la Cuaresma de este año, el Papa Francisco nos presenta el evangelio de la Transfiguración del Señor. En un momento de crisis para los discípulos, pues no entendían el mensaje de la cruz como camino de salvación, el Señor les regalaba una experiencia de encuentro con él, les desvelaba su gloria y la gloria a la que estaban llamados. Pero el camino era y sigue siendo el de la Cruz, una Cruz que el Señor no utilizó como arma para herir, sino para reconciliar y curar. La contemplación, nos ayudará.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga