Carta del obispo de Ciudad Real:«Nos hemos olvidado de Dios»

En su carta de esta semana, Gerardo Melgar denuncia que «el materialismo y la ambición hacen al hombre autosuficiente» y recuerda que «sin Dios no podemos ser felices»

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Redacción Religión

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Qué bien conocía Jesús la manera de ser del hombre y los peligros que tenía en su corazón.

Jesús sabía lo peligroso que es para el ser humano la ambición y el materialismo. Cuando cualquier ser humano cae en ellos, comienza a sentirse autónomo y autosuficiente y automáticamente se olvida de Dios, se considera a sí mismo el único dios de la vida, con sus propias normas y no la ley de Dios.

Las sociedades humanas de todos los tiempos, cuanto más crece su poder material, menos necesidad sienten de Dios y, por lo mismo, se produce en ellas el olvido de la necesidad de Dios, para poner toda su confianza y fe en los medios materiales que las configuran.

Jesús pone a sus discípulos en guardia por medio de la parábola del hombre que había tenido una gran cosecha y había almacenado todo lo obtenido en grandes graneros. Entonces se dice a sí mismo: Tengo los graneros llenos, «tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente».

Pero Dios le dice: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado? Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».

El materialismo y la ambición hacen al hombre autosuficiente, le hacen creer que con él no hay quien pueda, porque con su dinero o sus medios materiales lo puede todo. Este pensamiento le hace trabajar y trabajar para tener más, creyendo que, cuanto más tenga, va a ser mas feliz. Sin embargo, cuando obtiene aquello por lo que lucha, experimenta dos sentimientos en su vida.

El primer sentimiento es que no es feliz, que todo lo que ha acumulado al final le deja vacío. Envidia a quien tiene mucho menos que él pero es mucho más feliz porque sabe valorar lo que Dios le ha dado: su familia, sus amigos, su saber compartir con quien no tiene. Eso le da sentido auténtico a su vida.

Por otra parte, experimenta un sentimiento de impotencia ante una enfermedad que da al traste con todos sus proyectos y lo hace vulnerable.

Todos hemos podido sentir en nuestra propia carne esta impotencia y esta vulnerabilidad de nuestro ser humano. Cuando aparece en el mundo una pandemia como el coronavirus, un pequeño y maligno virus acaba con todos nuestros proyectos humanos y futuros.

El hombre, por mucho que se empeñe esta sociedad materialista y autosuficiente en prescindir de Dios, no lo logra, porque Dios es nuestro creador, está pendiente de todos, buenos y malos, hace llover sobre justos e injustos, y el ser humano no puede olvidarse ni prescindir de él porque forma parte de su naturaleza humana. Como decía san Agustín: «Nos hiciste para ti, y nuestro corazón esta inquieto hasta que descansa en ti».

No tenemos que olvidar esta realidad: sin Dios no podemos ser felices y, por otra parte, cuando lo tenemos a Él, todo lo demás pierde su valor. Esto es lo que experimentaron los grandes santos: «Solo Dios», que decía san Rafael Arnaiz, el joven trapense canonizado y que el papa Benedicto XVI proclamó patrono de la juventud. «Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta», que decía la monja castellana andariega santa Teresa de Jesús.

Esta es la experiencia que tienen tantas personas que, sin tener nada de lo que el mundo actual ansía y lucha por conseguir, ellos son felices, porque se han encontrado con el Señor y lo sirven en la vida religiosa, o en el matrimonio, o en cualquier vocación de servicio.

Esto es lo que hemos podido experimentar todos cuando hemos conocido a aquella monja de clausura, o aquel padre o aquella madre que eran felices luchando por hacer de su vida un servicio pleno al Señor y a los hermanos, porque no es más feliz el que más tiene, sino el que más se da a Dios y a los hermanos.

Recordemos esto muchas veces y, especialmente, cuando estamos viviendo en un mundo materialista que solo valora lo que es contante y sonante y desprecia y se olvida de los valores humanos, y de que Dios un día le pedirá cuentas de su olvido de Dios y su apego a lo terreno y material.

+ Gerardo Melgar Viciosa

Obispo de Ciudad Real