Carta del obispo de Coria-Cáceres: «Cuaresma, tiempo de sanación»
Comienza la Cuaresma y Jesús Pulido nos propone la práctica de la limosna, que aúna el amor a Dios y el amor al prójimo, especialmente al más necesitado
Madrid - Publicado el
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La Cuaresma es un tiempo de sanación. Lázaro que resucita, la Samaritana que descubre un agua que salta para la vida eterna, y el ciego de nacimiento que recobra la vista serán nuestros guías. En Cuaresma nos ponemos en “cuarentena” para sanar de la enfermedad del pecado, del alejamiento de Dios y de la indiferencia para con los hermanos, y celebrar así, limpios de corazón y bien dispuestos, la Pascua anual de la resurrección del Señor. Estos cuarenta días son un símbolo, una metáfora, de toda nuestra vida, en peregrinación al Reino de los cielos, a la Pascua definitiva. Por eso, la Cuaresma se abre con estas palabras al imponernos la ceniza: Acuérdate de que estás de paso… “conviértete y cree en el evangelio”.
Sin el anuncio gozoso de la resurrección, sin la certeza de que nos espera la vida después de la muerte, las penitencias cuaresmales no pasarían de ser una estéril mortificación. Seríamos de esos cristianos con cara de funeral, a los que se refiere el Papa Francisco, “cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”. Sin la Pascua, las prácticas cuaresmales no serían curativas sino punitivas, como esos latigazos de más, prohibidos por las Escrituras, porque ya no sirven para regenerar al pecador sino para torturarlo. Pero con la Pascua en el horizonte, estos cuarenta días son una nueva oportunidad que el Señor nos da para reorientar nuestra vida; y las renuncias son como una medicina saludable, una poda de los sarmientos viejos para que broten renovados.
Hay tres medicinas, tres podas, que se remontan al mismo Jesús, para convertirnos en Cuaresma: el ayuno, la oración y la limosna. No se trata de mandamientos de la ley. Son actos de religión, dirigidos directamente al “Padre que ve en lo secreto” (Mt 6,6).
En esta primera semana de Cuaresma proponemos la práctica de la limosna, que aúna el amor a Dios y el amor al prójimo, especialmente al más necesitado. La limosna puede tener tres motivaciones que se implican unas a otras: hacer limosna es practicar la justicia porque lo que damos al pobre, a quien carece de lo necesario para vivir, es algo debido; por otra parte, limosna nos construye como personas de bien y nos hace crecer en humanidad, en la virtud la generosidad, contraria a la avaricia; y, en tercer lugar, hacemos limosna como sacrificio agradable a Dios, fruto de la conversión.
Estos tres niveles no son excluyentes, sino inclusivos y se refuerzan mutuamente. Aunque repartiéramos todos nuestros bienes para dar de comer a los pobres, si no tenemos amor, de nada nos sirve. «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en tu corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, tu limosna es válida» (San Agustín, Enarrat. in Ps. 125). Amar es darse, no solo dar cosas. Y, por otra parte, no es agradable a Dios la limosna que no repercute en bien de los demás. La sensibilidad social va unida a la verdadera fe en Dios Padre desde los primeros siglos. San Ambrosio, en el siglo IV, dice algo que nos tiene que inquietar: "No es menos delito quitar los bienes al que los tiene, que negárselos a quien le faltan, cuando nosotros estamos sobrados y podemos dar” (Sent. 153).
Para esta Cuaresma 2023, nuestra Iglesia diocesana propone una práctica común de la limosna en favor de las personas mayores de nuestras seis residencias. En ellas intentamos ofrecer, como cristianos, un servicio caritativo, social y espiritual, especialmente a aquellas personas que no tienen acceso a las ayudas públicas y no se pueden permitir los costes de unos cuidados privados. Durante la pandemia, los ancianos son los que más han sufrido las consecuencias sanitarias y sociales, y nuestras residencias se han tenido que convertir por momentos en un hospital de campaña para las enfermedades y en una familia para acompañar la soledad del confinamiento.
Invito a los párrocos y a los responsables de las comunidades religiosas o laicales a unirse a esta penitencia comunitaria que nos sane del egoísmo, de la indiferencia, de la avaricia… y nos introduzca en la comunión de los santos, como la primera comunidad cristiana.
Nuestro granito de arena puede formar grandes playas con la bendición de Dios.
Deseo a todos una santa Cuaresma. Que Dios os bendiga,
+ Jesús Pulido Arriero
Obispo de Coria-Cáceres