Carta del obispo de Coria-Cáceres: «Cuidar la Casa Común que el Padre confió a la Humanidad»

Inmersos en el Tiempo de Creación, Jesús Pulido recuerda que la conversión ecológica empieza por un cambio en nuestros estilos de vida

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Redacción Religión

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Queridos hermanos:

El pasado día 29 de julio tuve la oportunidad de celebrar la eucaristía con la comunidad cristiana de Cabezo y Ladrillar, en las Hurdes altas, que acababan de ser asoladas por un incendio devastador.

Ese valle, desde Casares a las Mestas, ennegrecido por las llamas era la viva imagen del infierno, de la muerte, que provoca llanto y rechinar de dientes. Todo lo contrario del paraíso: un jardín frondoso lleno de vida y de alegría. Nuestro mundo, la creación entera, se debate entre uno y otro, y a veces parece que se decanta más por la destrucción que por la vida. “Por un lado, es un dulce canto que alaba a nuestro amado Creador; por otro, es un amargo grito que se queja de nuestro maltrato humano” (Papa Francisco).

La tierra es la Casa Común que el Dios Padre nos confió a toda la humanidad, es la viña que Jesús vino a visitar en su encarnación, y es la “catedral” en la que aletea el Espíritu para comunicar su vida y santidad.

La creación no es solo útil para que trabajemos y recojamos sus frutos; es también bella, es una obra de arte, en la que podemos contemplar la obra de Dios. Cuando la utilidad destruye la belleza, estamos abusando la creación… y, a la larga o a la corta, destruyéndola. Si la sobreexplotamos, los frutos de la tierra dejan de ser “dones”, y se convierten en despojo y robo. Cuando algo se “usa” para lo que no fue concebido, se maltrata y se rompe. Cuidar la creación es preservar su belleza, su carácter de don compartido: un don no solo para esta generación sino también para las futuras, un don no solo para los más fuertes y ricos, sino para todos, también para los pobres.

El Papa Francisco nos está inculcando este sentido ecológico tan arraigado en la Palabra de Dios: el mundo es el jardín, la viña, la “catedral”, que el Señor plantó, cuidó y nos regaló como casa para que viviéramos juntos los seres humanos, para que compartiéramos sus frutos y para encontrarnos con él. Quemar el monte es un pecado, una ofensa a Dios que nos lo ha dado y un crimen contra la humanidad para la que está destinado. Los cristianos estamos creciendo en conciencia de las faltas contra el ambiente por nuestro «antropocentrismo despótico», que perjudica a las generaciones futuras y a los pobres que sufren más su deterioro. Los incendios, las guerras y todo tipo de agresiones a nuestra casa común son una llamada apremiante a cuidarla.

Esta llamada a la “conversión ecológica” se siente fuerte cuando se producen catástrofes como los incendios de este verano, pero corremos el riesgo de que, pasada la urgencia, todo siga igual. La conversión ecológica empieza por un cambio en los estilos de vida de las comunidades y las personas, pero también requiere la colaboración y el diálogo entre todos, sobre todo escuchar la voz de la creación, de “la gente de la tierra”, que tienen la sabiduría del lugar y son los más perjudicados.

“Escucha la voz de la creación” es el lema que nos propone el Papa Francisco para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación que hemos celebrado el 1 de septiembre, y para este Tiempo de la creación que concluirá el 4 de octubre, fiesta de San Francisco de Asís. En nuestra diócesis, para culminar este tiempo, tendremos una vigilia el día 7 de octubre en la concatedral de Santa María a las 20.30 h. a la que están todos invitados.

Con mi bendición,

+ Jesús Pulido Arriero

Obispo de Coria-Cáceres