Carta del obispo de Coria-Cáceres: «El “Rey” entre nuestros amigos»

De cara a la próxima festividad de Cristo Rey, Jesús Pulido nos recuerda que «Jesús mismo pidió a sus discípulos más cercanos que compartieran con él su dolor y su pena»

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El próximo domingo día 20 celebramos la festividad de Jesucristo Rey del Universo. El evangelio de san Lucas nos presenta este año a Jesús en el trono de la cruz, tratado como un malhechor entre dos ladrones. Este año no nos habla de su venida en poder y gloria al final de los tiempos como Juez de vivos y muertos. Como reza el letrero: “Este es el Rey de los judíos”, Jesús es entronizado como rey en la cruz, donde manifiesta al máximo su realeza, el amor omnipotente de Dios. Es en la cruz, cubierto de salivazos e insultos, burlado y ultrajado, donde finalmente ha inaugurado su Reino y se lo promete ya al ladrón arrepentido.

Como ese buen ladrón, quisiéramos también nosotros manifestarle nuestra admiración y compasión; como Pedro arrepentido, nos gustaría prometerle que,

aunque todos le abandonen, nosotros no lo haremos; como Judas sin traición, desearíamos acercarnos a darle un beso y decirle “Amigo”; como el Discípulo amado, quisiéramos permanecer a su lado junto a su Madre María.

Si afloran en nosotros estos deseos, estos sentimientos humanos, al contemplar a Cristo Rey colgado en la cruz es que nos duele su muerte como la de un amigo, como la de un familiar; es que también él forma parte de nuestros seres queridos difuntos en este mes de noviembre. ¡Es que tenemos con él una relación personal!

Jesús mismo pidió a sus discípulos más cercanos que compartieran con él su dolor y su pena: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad conmigo” (Mt 26, 38). Aunque los discípulos se dormían, Jesús insistía en requerir su compañía: “¿No habéis podido velar ni siquiera una hora conmigo? Velad y orad para no caer en tentación”. Esta “hora” de vela que Jesús ruega encarecidamente a sus amigos más íntimos es el origen de nuestra hora de adoración eucarística, en la que acompañamos a Jesús, estamos cerca de él humanamente, compartimos sus sentimientos y preocupaciones, como lo haríamos con un amigo…

Aquella “hora de vela”, casi continuación de la última cena, fue la correspondencia de amor que el Señor pidió a aquellos a los que, poco antes, “había amado hasta el extremo” (Jn 13,1). Del mismo modo, la “hora santa” es nuestra pobre correspondencia al amor eucarístico de Jesús. La adoración eucarística tiene la osadía de pretender devolver amor por amor a Jesús, que se entrega por nosotros.

En estos últimos días, he tenido tres encuentros sobre la devoción a Jesús Sacramentado en nuestra diócesis que me gustaría compartir en la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Me encontré con Dª Pilar Muñoz, directora de la Adoración perpetua de nuestra diócesis. La Capilla de la Adoración está ubicada en la parroquia de Fátima. Comenzó en el año 2012 con 500 adoradores las 24 horas del día, ahora después de la pandemia, cuenta con poco más de 150 y, con dificultad, cubren 12 horas de adoración. Es una riqueza inmensa tener esta Capilla abierta en nuestra diócesis, en la que Señor sigue rogando a sus amigos más íntimos una hora de vela con Él para no caer en tentación.

También he tenido un encuentro con la UNER, la Unión Eucarística Reparadora –las “Marías de los Sagrarios”–, que promueven las Hermanas Nazarenas Eucarísticas. Están presentes en muchas de nuestras parroquias y son una ayuda para el párroco y un estímulo para todos nosotros por su amor a Jesús sacramentado y su entrega a los hermanos.

Y también he conocido una iniciativa que ha surgido en la parroquia de San Juan Macías: “Los niños adoradores”. Este grupo comenzó con una actividad

sencilla: dedicando los últimos 15 minutos de las catequesis de primera comunión a la oración ante el Sagrario. Y los frutos han sido sorprendentes en los niños y en los padres, formándose más grupos de adoradores.

No son las únicas iniciativas de devoción eucarística en nuestra diócesis. También tenemos la Adoración nocturna, catequesis sacramentales, horas santas parroquiales, etc.

Solamente quisiera señalar dos aspectos comunes a todas ellas: La primera, que la adoración eucarística tiene la genialidad de lo sencillo: basta estar con Jesús. Es la oración más simple y más fácil de hacer: estar de cuerpo presente con quien está en su presencia real. Solo eso… y la conversación surgirá… si surge.

La segunda: la devoción a Jesús sacramentado es la fuente del amor, de la entrega a los demás. Todas las obras de apostolado salen de la adoración, el impulso a entregarse hasta dar la vida se nos pega en el trato con Él. La eucaristía es la cumbre de la vida cristiana: no solo como punto de llegada, sino también como punto de partida para todo lo demás.

Hoy, día de Cristo Rey, démonos cuenta de que, cada vez que ponemos a Jesús eucaristía en la custodia y nos arrodillamos ante él, reparamos con nuestro amor el odio que puso en el trono de la cruz, y las burlas de los centuriones que le decían: “Salve, Rey de los judíos”, mientras le abofeteaban. Cada vez que cantamos al Amor de los amores, es al Rey de reyes al que aclamamos.

“Dios está aquí; venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor”.

+ Jesús Pulido Arriero