Carta del obispo de Huesca y Jaca: «Convertíos a mi de todo corazón»

Una vez que hemos iniciado la Cuaresma, Julián Ruiz Martorell nos recuerda en su escrito de esta semana que lo contrario de la conversión es el pecado

julianruizmartorell

Redacción digital

Madrid - Publicado el

2 min lectura

El Miércoles de Ceniza resuena una apremiante llamada que el Señor nos hace a través del profeta Joel y que nos acompaña durante toda la Cuaresma: “convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos; y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor que se arrepiente del castigo” (Jl 2,12-13).

La conversión implica un camino de regreso hacia el Señor. Otro profeta, Jeremías, expresa la necesidad del proceso con estas palabras: “pues una doble maldad ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen agua.” (Jr 2,13). Y lo explica diciendo: “pues mi pueblo cambió su Gloria por dioses que no valen nada” (Jr 2,11). Jeremías resume: “Pues bien, mi pueblo me ha olvidado y ofrece incienso a una nada” (Jr 18,15).

Por eso, clama diciendo: “Señor, esperanza de Israel, quienes te abandonan fracasan; quienes se apartan de ti quedan inscritos en el polvo por haber abandonado al Señor, la fuente de agua viva (Jr 17,13).

Lo contrario de la conversión es el pecado, que no es una cuestión superficial, sino una realidad arraigada, profunda: “El pecado de Judá está escrito con un estilete de hierro, grabado con punta de diamante sobre la tabla de su corazón (Jr 17,1).

Jeremías comunica: “Esto dice el Señor: "Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto"” (Jr 17,5-8).

La alternativa está entre buscar el apoyo en las criaturas, apartando el corazón del Señor, o volver al Señor, poniendo en Él la confianza. Abandonar al Señor significa fracasar, vivir una existencia tan efímera como la frágil escritura inscrita sobre el polvo.

En realidad, como leemos en el texto de Joel, es Dios mismo quien hace posible este camino de regreso, porque Él es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ Julián Ruiz Martorell

Obispo de Huesca y Jaca