Carta del obispo de Huesca y Jaca: «¿Fugitivos o testigos?»
Julián Ruiz Martorell nos recuerda en su carta pastoral de esta semana que solo con la ayuda del Espíritu Santo podremos dejar de ser fugitivos y dar testimonio
Madrid - Publicado el
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A través del profeta Amós, el Señor dice a la casa de Israel: “¡Buscadme y viviréis!” (Am 5,4). El mensaje se repite: “Buscad al Señor y viviréis” (Am 5,6). Sin embargo, en ocasiones, rechazamos esta solícita invitación y nos comportamos como Jonás que, después de recibir la palabra que Dios le dirigió, “se puso en marcha para huir a Tarsis, lejos del Señor” (Jon 1,3). Pagó un pasaje y se embarcó para ir “lejos del Señor” (Jon 1,3). Los marineros “se enteraron por el propio Jonás de que iba huyendo del Señor” (Jon 1,10).
En nuestra vida puede haber muchas situaciones de evasión y huida. Nos convertimos en fugitivos, vagabundos, errantes. No somos peregrinos, sino caminantes sin horizonte. El Señor nos dice: “una doble maldad ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen agua” (Jr 2,13). Y Oseas describe: “serán como nube mañanera, como el rocío que temprano se disipa, como paja que se arremolina lejos de la era, como humo que escapa por una abertura” (Os 13,3).
El discurso contra Edón del profeta Abdías resume esta experiencia con pocas palabras: “Te ha engañado la arrogancia de tu corazón” (Ab 3).
Los dos discípulos de Juan Bautista que siguieron a Jesús escucharon su pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38), y su invitación: “Venid y veréis” (Jn 1,39).
Somos buscadores de infinito y de plenitud. Y la búsqueda ha de estar bien orientada para que desemboque en vida. Dejamos de ser fugitivos cuando nos orientamos hacia el Señor y, en ese momento, comenzamos a ver y a oír, a sentir y a vivir.
También los discípulos de Emaús salieron de Jerusalén, y sus ojos no fueron capaces de reconocer a Jesús que se acercó y se puso a caminar con ellos. Escucharon un reproche: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!” (Lc 24,25). Hasta que llegó el momento en que “se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc 24,31).
De la huida al testimonio solamente se puede pasar con la fuerza del Espíritu Santo. Es lo que dice Jesús a los apóstoles: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra” (Hch 1,8).
Pedro y los apóstoles afirman: “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen” (Hch 5,32).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell
Obispo de Huesca y Jaca