Carta del obispo de Huesca y Jaca: «Jesucristo, Rey del Universo»

Ante la próxima festividad de Cristo Rey, Julián Ruiz Martorell nos recuerda que «lejos de Jesucristo, todo es efímero, inconsistente, volátil, pasajero»

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En año litúrgico concluye con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

La concepción cristiana del tiempo no es circular, como si se tratase de un círculo cerrado, una especie de cíclico retorno. Para los cristianos, el tiempo describe una trayectoria lineal. En cierto modo, nos ayuda la imagen de la espiral, como una escalera ascendente que nos permite ver el mismo paisaje, pero desde una perspectiva diferente, cada vez más elevada. Cada año celebramos los mismos misterios, pero con mayor intensidad, más intensa asimilación y mejor personalización.

Las fiestas cristianas contienen lo que celebran. No se trata de un mero recuerdo, sino de una actualización. Un acontecimiento del pasado se hace presente, vivo y activo, para lanzarnos confiadamente hacia el futuro en clave de esperanza.

Jesucristo es Rey del Universo, origen y meta de todo lo creado. Todo le pertenece y todo halla en Él su consistencia y su sentido. Todo ha sido creado por Él y para Él y todo encuentra en Él estabilidad y firmeza. Lejos de Jesucristo, todo es efímero, inconsistente, volátil, pasajero.

Reconocer la soberanía de Jesucristo nos compromete a alabarle, a darle gracias, a glorificarle. Nuestro reconocimiento no le añade nada, pero hace posible que participemos de su plenitud, contribuye a nuestra mayor felicidad y nos otorga orientación y sentido.

Nos unimos al himno de alabanza que entona toda la creación. Un inmenso canto elevado hacia lo alto por los ángeles, los cielos, las aguas del espacio, los ejércitos del Señor, el sol y la luna, los astros del cielo, la lluvia y el rocío, los vientos, el fuego y el calor, los fríos y las heladas, los rocíos y las nevadas, los témpanos y los hielos, las escarchas y las nieves, la noche y el día, la luz y las tinieblas, los rayos y las nubes, la tierra, los montes y las cumbres, cuanto germina en la tierra, los manantiales, los mares y los ríos, los cetáceos y los peces, las aves del cielo, las fieras y los ganados, los hijos de los hombres, los sacerdotes y los siervos del Señor, las almas y los espíritus justos, los santos y humildes de corazón.

La armonía del firmamento, su elocuente y sonora música, el devenir de los átomos y de las partículas subatómicas, llevan inscrito un mensaje. Llevan una firma cargada de amor.

La Sagrada Escritura y los sacramentos son los signos por excelencia de la presencia viviente de Jesucristo entre nosotros. Saberle decir “sí”, con la Virgen María y como Ella, es nuestra mejor respuesta.

+ Julián Ruiz Martorell

Obispo de Huesca y Jaca