Carta del obispo de Orihuela-Alicante: «Para en todo amar y servir»

José Ignacio Munilla reflexiona en su escrito semanal sobre la importancia de los ejercicios espirituales en el contexto de los 500 años de la primera conversión de San Ignacio

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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1. 500 años de una conversión. Concretemos.

Los sueños que Dios ha depositado en lo más profundo de nuestro corazón forman el pentagrama en el que Dios se dispone a escribir la historia de salvación en cada uno de nosotros. Malo será confundir la esperanza con nuestros deseos devaluados, pero tampoco debemos tener miedo a explorar los auténticos deseos que anidan en cada uno de nosotros, porque son reveladores de la plenitud que Dios quiere concedernos.

Íñigo de Loyola fue un hombre profundamente apasionado, en cuyo corazón bullían multitud de deseos… Comenzó buscando la gloria de este mundo, para finalmente, terminar descubriendo que solo la búsqueda de la gloria de Dios es capaz de saciar el deseo de plenitud que tiene todo hombre.

Cada uno de nosotros necesita recorrer un camino similar hasta llegar a entender que nuestro deseo de felicidad coincide al milímetro con la llamada a la santidad que Jesús nos dirige en su Evangelio. Ser feliz y ser santo no son dos cosas distintas, sino una misma realidad vista desde dos ángulos: desde el corazón del hombre y desde la revelación de Dios. Cuando uno llega a esta profunda convicción podemos decir que ha experimentado su primera conversión.

Concluimos la celebración de los 500 años de aquella primera conversión de San Ignacio, acontecida durante su convalecencia en Loyola. Es de justicia que nos hagamos ahora la pregunta sobre cuál pueda ser la principal conclusión o aportación de este año conmemorativo que se inició el 20 de mayo de 2021 y se ha extendido hasta el 31 de julio de 2022. Sería de lamentar que todo hubiese quedado reducido a unos actos conmemorativos.

Pues bien, he aquí el instrumento más práctico y eficaz dado a luz por San Ignacio tras su primera conversión: los Ejercicios Espirituales. En ellos encontramos un itinerario luminoso para vivir nuestra existencia en permanente estado de conversión, más allá de nuestras miserias, en la esperanza de que el Espíritu Santo coronará la obra buena que comenzó en nosotros.

2. Te presento este tesoro…

Los Ejercicios Espirituales que San Ignacio de Loyola recibió del Espíritu Santo y entregó a la Iglesia, han marcado la vida de muchos de nosotros. Gracias a ellos hemos experimentado la grandeza del amor de Dios, y bajo su mirada hemos comprendido lo que es el hombre y quiénes somos; nuestra identidad más profunda. Nos han mostrado cómo conocer y amar al Padre y cómo vivir nuestra condición de hijos de Dios. Hemos encontrado un cauce seguro para perseverar en el camino emprendido en el bautismo.

Ciertamente, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio no son un legado para unos pocos, sino para la Iglesia Universal. Se trata de un tesoro que ha sido encarecidamente recomendado en el magisterio de muchos Papas y, por supuesto, testimoniado por aquellos que se han introducido en él en primera persona. En concreto, el Papa Francisco ha propuesto los Ejercicios Espirituales como camino para adentrarnos en una profunda experiencia de Dios, sin limitarnos a ‘hablar de oídas’: "Quien vive los ejercicios espirituales de modo auténtico experimenta la atracción, el encanto de Dios, y vuelve renovado, transfigurado a la vida ordinaria, al ministerio, a las relaciones cotidianas, trayendo consigo el perfume de Dios".

Es obvio que Íñigo de Loyola nunca imaginó que la experiencia de renovación interior que vivió en Manresa, que ha quedado plasmada en los Ejercicios Espirituales, pudiera llegar a cambiar el rumbo y la vida de millones de personas a lo largo de estos cinco siglos.

Puede leer aquí la carta completa: