Carta del obispo de Ourense: «Ascesis cuaresmal y experiencia sinodal»
Leonardo Lemos Montanet reflexiona sobre la Curesma, ahora que iniciamos este Tiempo Litúrgico
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Al comienzo de este tiempo cuaresmal quisiera dirigirme a todos los hijos e hijas de esta Iglesia, que peregrina por las tierras ourensanas, para ofreceros unos puntos de reflexión que puedan orientaros durante estos cuarenta días que nos preparan a la Pascua. La Cuaresma es un don de Dios que se nos concede en la Iglesia y no tiene sentido en sí misma, sólo a la luz Pascual se descubre toda su perspectiva ascética; todos los ejercicios espirituales y físicos propios de la Cuaresma adquieren un gran significado cuando se les contempla y realizan en el horizonte pascual; esto quiere decir que encuentran su significado último a través de la experiencia de Cristo, el Crucificado-Resucitado.
1.- Ascesis cuaresmal
Este año, el sentido de nuestra “ascesis cuaresmal” – siguiendo el consejo del papa Francisco – debemos contemplarlo bajo el prisma de la “experiencia sinodal”, tanto diocesana como universal. Posiblemente, esta vinculación entre estas dos experiencias a algunos les resultará oportunista, o quizás demasiado reiterativa, pero os aseguro que no lo es.
Si toda ascesis supone “lucha”, “esfuerzo”, “trabajo espiritual”, toda esta dinámica, como hijos de la Iglesia, estamos llamados a vivirla juntos, unidos, no nos olvidemos de uno de los motivos de nuestro Sínodo Diocesano “caminar juntos”, que es tanto como decir, “caminar sinodalmente”, como nos recuerda Francisco. Este caminar juntos, ayudados por la gracia del Señor, debemos intensificarlo durante toda nuestra vida pero, de manera especial, estamos llamados por la Iglesia a vivir con mayor intensidad esta experiencia durante la Cuaresma, de ahí que el Papa nos invita, en su “mensaje de este año”, a realizar este camino siguiendo un proceso similar al de una “subida a un monte”, con las dificultades físicas, psíquicas y espirituales que esto supone, y, debemos plantear esta ascensión como una subida muy particular al monte de la Transfiguración (Mt 17,1).
Sabemos, por experiencia propia, que toda subida entraña sus dificultades. También podemos decir que todo proceso sinodal es siempre un camino difícil, escarpado, con muchos accidentes, y es muy fácil que podamos caer en el desaliento y sucumbir a la tentación de “tirar la toalla”, y mirar atrás o seguir instalados en nuestras ocupaciones cotidianas y rutinarias, en las inercias pastorales “porque siempre se hicieron así”. Sin embargo, así como la belleza de la Pascua nos atrae con su luminoso dinamismo, de igual modo, el camino sinodal, arraigado en la tradición de la Iglesia, siempre está abierto a la novedad – si no tenemos cristalizados el corazón y el espíritu – y nos invita a dejarnos fascinar por la búsqueda de nuevos caminos pastorales, evitando caer en las prácticas de siempre, que nos encierran en nosotros mismos y nos clausuran en las fronteras del “propio yo”, cayendo en el desaliento, la crítica, el fracaso, el resentimiento y, lo que es peor, la infecundidad apostólica.
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