Carta del obispo de Segovia: «Tanto tiempo con vosotros…»

Continuamos en el tiempo de Pascua y en el Evangelio de este domingo Jesús revela su identidad sin reservas, tal y como explica César Franco en su carta pastoral

cesarfrancomartinez

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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En el tiempo de Pascua leemos pasajes de los Evangelios que contienen diálogos de Jesús con los apóstoles en su discurso de despedida. En el pasaje de este domingo, Jesús les comunica que se va a la casa del Padre y allí preparará a cada uno una morada para que estén con él. Felipe interrumpe a Jesús su discurso y le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8). Lo sorprendente de esta petición es que momentos antes Jesús había dicho: «Si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». No es por tanto extraño que Jesús le replique a Felipe: «Hace tanto que estoy con vosotros, Felipe, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre?».

La importancia de este pasaje para la cristología es trascendental, porque la petición de Felipe obliga a Jesús —si podemos hablar así— a revelar su identidad sin reservas. Lo que Felipe pide a Jesús es ver a Dios, lo cual, según la Escritura, era imposible porque ver a Dios comportaba la muerte. Así se lo dice Dios a Moisés: «Mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida» (Ex 33,20). Ahora bien, si Jesús le dice a Felipe que quien le ha visto a él ha visto al Padre, quiere decir que en Jesús Dios se ha hecho visible y no es necesario, por tanto, que Jesús le muestre al Padre, tal como le pide. Por si aún quedara alguna duda, Jesús interpela de nuevo a Felipe con estas palabras: «No cree que yo estoy en el Padre y el Padre en mí» (Jn 14,10).

Pocos textos de los Evangelios son tan explícitos al mostrar la identidad de Jesús. Desde el comienzo de su Evangelio, san Juan afirma que Jesús ha venido a «revelar» a Dios. Esta revelación no se hace solo con palabras y con signos milagrosos, sino primaria y fundamentalmente en la misma existencia terrena del Hijo que manifiesta al Padre. Jesús es la encarnación visible del Verbo de Dios, Dios mismo, como dice el prólogo de Juan. Se explica así que, cuando Felipe, pide a Jesús que le muestre al Padre, este le diga: «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (14,9).

Como hemos dicho, esta afirmación de Jesús es de gran importancia para la cristología porque, de modo indirecto, Jesús proclama su divinidad. No porque se identifique con la persona del Padre, pues son dos personas distintas, sino porque lo propio y singular de Dios —la divinidad— se encuentra tanto en el Padre como en el Hijo. Jesús utiliza este circunloquio para decir que él mismo es Dios porque está en el Padre y el Padre en él. Como en otras ocasiones, Jesús evita hablar claramente de su condición divina para evitar que se le acuse de blasfemia. Aun así, sus afirmaciones son tan claras que los líderes religiosos de Israel entendieron que se hacía igual a Dios y, por esta razón, lo condenaron a muerte.

En nuestros días, después de tantos siglos de cristianismo, hay muchos cristianos, que, como Felipe, piden a Jesús que les muestre a Dios. Da la impresión de que no les basta con contemplar a Cristo y lo miran sin fijarse en su fisonomía divina que se trasluce en su condición humana. En Jesús no hay oposición entre lo divino y lo humano, porque en él, la grandeza de lo humano es tan sobrecogedora que no necesitó hacer milagros para que muchos creyeran en él sólo con verlo. Ahí está el centurión romano que, al verlo morir en la cruz, confesó que era hijo de Dios. Quizás tengamos que aprender a mirar a Jesús con más detenimiento, observar sus gestos y detalles, apropiarnos su verdadera humanidad para que no tenga que reprocharnos: Tanto tiempo con vosotros y aún no me conocéis…

+ César Franco

Obispo de Segovia