Carta del obispo de Tarrasa: «Domingo de la Misericordia»
Salvador Cristau Coll dedica su carta de esta semana al Domingo de la MIsericordia que la Iglesia celebra este segundo domingo de Pascua
Madrid - Publicado el
2 min lectura
Aunque puede parecernos ya muy lejano, no hace tanto tiempo que dedicamos todo un año al tema de la misericordia. El papa Francisco proclamó un Jubileo especial para toda la Iglesia y dedicó el año 2016 a la misericordia. Sin embargo, son tantas las cosas que nos pasan cada día y tantos los acontecimientos que se suceden cada año que posiblemente lo tenemos ya bastante olvidado.
Pero este segundo domingo de Pascua celebramos también el Domingo de la Misericordia. Es verdad que el sentido de la misericordia está, desde hace tiempo, bastante menospreciado en el mundo actual en el que se sobrevalora la eficacia, la agresividad, el poder, el dinero, el éxito, de tal modo que esto de la misericordia se considera casi una debilidad, un sentimiento de seres inferiores, débiles.
Pero, aunque muchas veces nos ponemos una máscara de seguridad, de prepotencia, de poder, la realidad es que somos muy poca cosa, somos muy débiles todos, mucho más de lo que a menudo queremos aparentar y reconocer.
¿Pero, en qué consiste la misericordia? ¿Qué es la misericordia? La misericordia es amor en acción, en movimiento. Es la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas, y el origen de la misericordia es Dios mismo que es misericordioso.
Sí, es Dios creador que ha tenido precisamente misericordia de los hombres que ha creado. Ha tenido tanta misericordia que se ha rebajado hasta nuestra pobreza haciéndose hombre como nosotros.
Ya en la antigüedad Dios se manifestó como Dios de amor que actúa con misericordia y con ternura hacia nosotros: «¿Es que puede olvidarse una madre de su niño, puede dejar de amar al hijo de sus entrañas? Pero aunque alguna se olvidara, yo nunca te olvidaría» (Is 49,15).
Y de manera clara y contundente nos dice Jesús en el evangelio de san Lucas: «Vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio: entonces será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los desagradecidos y con los malos. Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre» (Lc 6, 35-36).
Tenemos posibilidades constantes en nuestra vida de hacer realidad este mandamiento del Señor: puedo hacerlo presente en mi vida a través de la amabilidad, la atención a los necesitados y, especialmente, en el perdón y la reconciliación. Misericordia no es un sentimiento, es una práctica.
Y es el mejor sacrificio que podemos ofrecer a Dios porque si la vivimos seremos semejantes a Él que es misericordioso. «Lo que yo quiero es misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos» (Os 6, 6).
A menudo nos da miedo el juicio de Dios; seamos, pues, misericordiosos unos con otros: «Porque, en el juicio, no habrá misericordia para aquellos que no habrán tenido misericordia; pero los misericordiosos podrán reírse del juicio» (St 2, 13).
+ Salvador Cristau Coll
Obispo de Terrassa