Carta del obispo de Tarrasa: «Ucrania, la guerra»

Salvador Cristau Coll nos recuerda en su escrito semanal que la guerra no es algo lejano sino que también en nuestro entorno existen pequeñas guerras que nos destruyen

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Desde hace algunos meses, este país que hasta ahora nos era bastante desconocido y muy lejano se nos ha hecho habitualmente presente en nuestros hogares. Desgraciadamente fue primero el grave accidente de la central nuclear de Chernóbil el que nos dio a conocer Ucrania cuando todavía era una república de la Unión Soviética, y ahora ha sido una dolorosa guerra, que seguimos día a día en directo por los medios de comunicación y la presencia de los refugiados entre nosotros, lo que nos lo ha dado a conocer muy de cerca.

Cuando en las parroquias pedimos a los niños que hagan unas plegarias, casi siempre está presente el tema de la paz en el mundo, que desaparezcan las guerras.

Pero, si éste es un deseo del corazón de todos los hombres, ¿por qué hay guerras? ¿Por qué, a pesar de saber sus terribles consecuencias, siguen habiéndolas?

Todas las guerras, todas las violencias, desde la muerte de Abel a manos de Caín su hermano, todos los enfrentamientos, los odios, las venganzas, las luchas de poder, hasta esta guerra de Ucrania, son fruto del desorden del corazón de los seres humanos que tenemos deseos buenos pero que preferimos nuestro bienestar, nuestro orgullo, nuestro egoísmo al bien y la vida de los hermanos.

Ante esto, puede surgir una pregunta. Si Dios nos creó a su imagen, si dice el libro del Génesis que “Dios vio que todo era bueno”, ¿qué es lo que ha pasado para que apareciera la semilla del pecado y que estropeó el plan de Dios sobre la creación? ¿Cómo aparecieron los odios, la violencia, los desórdenes de todo tipo?

Es que, creados ciertamente a imagen de Dios, nos creó libres, libres como Él. Libres para escoger y hacer el bien, aunque hemos preferido el egoísmo, el dominio sobre los demás, la desobediencia, la soberbia, y seguimos escogiendo muchas veces lo mismo. Y todo esto proviene del desorden del corazón y de una mala gestión de la libertad que, por otra parte, nos hace semejantes a Dios.

Pero Dios no se ha desentendido de nosotros. Ha visto nuestra pobreza, nuestra enfermedad y ha venido a salvarnos. Nos ha tomado sobre sí como el buen samaritano para curarnos y ha pagado nuestro rescate con el precio de su sangre. Dios ha rehecho su plan de amor con más amor.

Solo Él puede salvarnos de nosotros mismos, de nuestra autodestrucción, porque las guerras son esto, destrucción de nosotros mismos. Pero Dios se ha encarnado, se ha hecho hombre, ha muerto por nosotros, nos ha redimido, nos ha salvado, nos ha dado una vida nueva, lo ha renovado todo.

No pensemos sin embargo solo en las guerras que hay en el mundo. Pensemos también que entre nosotros, en nuestras familias, entre los vecinos, entre los compañeros, hay también verdaderas guerras, pequeñas quizá, pero capaces de destruirnos como personas y apartarnos de Dios.

Miremos al Hijo de Dios clavado a cruz, y descubramos su amor infinito por nosotros, acojamos ese amor suyo y llevémoslo a nuestra vida concreta y real. Hagámoslo presente en el mundo siendo portadores de paz. Oremos por la paz en Ucrania y en el mundo, oremos con la oración de San Francisco de Asís:

Señor,

Haz de mí un instrumento de tu paz. Que donde haya odio ponga yo amor. Donde haya ofensas ponga perdón. Donde haya discordia, ponga la verdad. Donde haya duda le ponga fe. Donde exista desesperación ponga esperanza. Donde haya tristeza ponga alegría.

Maestro,

Haz que yo quiera consolar más que ser consolado. Comprender, más que ser comprendido. Amar, más que ser amado.

Porque es dándonos que obtenemos. Es olvidándonos que nos encontramos. Es perdonando que somos perdonados. Es muriendo que resucitamos en la vida eterna. Amén.

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Terrassa