Carta del obispo de Tortosa: «El mes del Rosario»

Ante la proximidad de la festividad de la Virgen del Rosario, Enrique Benavent recuerda que «La plegaria comunitaria en las parroquias mantiene viva la fe»

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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La celebración de la memoria litúrgica de la Virgen del Rosario el próximo 7 de octubre ha ayudado a que muchos cristianos recen con más frecuencia el Santo Rosario durante este mes. Se trata de una plegaria sencilla, que se puede hacer en cualquier momento del día y que da una gran paz a quienes la rezan. Desde hace siglos muchos papas la han recomendado y han animado a las familias a que la oren juntos. También en muchas parroquias que no pueden tener la celebración de la Eucaristía todos los días, es frecuente encontrar grupos de cristianos que se reúnen para rezar juntos el Santo Rosario. La oración en común en el seno de la familia es un signo de que la fe se comparte y se vive dentro del hogar y, cuando esto ocurre, sus miembros permanecen más unidos porque Dios derrama sobre ellos gracias abundantes. La plegaria comunitaria en las parroquias mantiene viva la fe y despierta en quienes participan en ella el deseo de recibir la Eucaristía.

Cuando rezamos el Rosario nos sentimos especialmente cercanos a la Madre del Señor; aprendemos de Ella a vivir unidos a Cristo meditando los principales acontecimientos de su vida; y recorremos con Ella el camino de la fe. La contemplación de los misterios de la vida del Señor, en los cuales estuvo presente su Madre, nos ayuda a descubrir, en primer lugar, que María, al igual que nosotros, también forma parte de la comunidad de los discípulos de Jesús: Ella conservaba en su corazón y meditaba todos los acontecimientos de la vida de su Hijo; escuchaba su palabra y la hacía vida; vivía en la fe los momentos de prueba, de oscuridad y de sufrimiento hasta llegar al momento del dolor cuando se encontraba al pie de la cruz. El Santo Rosario nos ayuda a descubrir que las dificultades que se nos pueden presentar en nuestro camino de fe no son mayores que las que tuvo que afrontar María.

Pero Ella no es únicamente un miembro de la Iglesia. El Santo Rosario nos ayuda a verla como un modelo perfecto de fe para todo cristiano. Cuando meditamos los distintos acontecimientos de su vida, la primera sensación que podemos tener es que no hay ningún rasgo que destaque sobre los demás. Hay santos que se han caracterizado por su actividad caritativa; otros por ser grandes evangelizadores; otros han sido maestros de oración… Parece que en la Santísima Virgen no destaca ningún aspecto sobre otro. Y es cierto, porque en ella destaca todo: ha vivido con tal plenitud el Evangelio, que todas sus dimensiones están perfecta i armónicamente integradas. Ella es modelo perfecto de la Iglesia santa.

Para los creyentes es también nuestra Madre, la Madre de la Iglesia. Desde el trono de la cruz, Jesús, dirigiéndose al Discípulo Amado (y, por tanto, a todos nosotros, que estábamos representados en él) le dijo: “Ahí tienes a tu madre”. El Evangelista nos dice que, desde aquel momento, el discípulo la recibió como algo propio. Rezar el Santo Rosario es un camino sencillo y eficaz para acoger a María como madre nuestra; experimentar su cercanía amorosa; exponerle nuestras necesidades sabiendo que Ella, como cualquier madre, las conoce antes de que nosotros se las expongamos; y avanzar en nuestra vida cristiana, porque si la amamos de verdad, cada vez que nos dirigimos a Ella nos preguntaremos: ¿Qué es lo que la Madre del Señor quiere de mí? Y no olvidaremos que lo que desea y lo que le agrada es que seamos de verdad amigos de su Hijo.

+ Enrique Benavent Vidal

Obispo de Tortosa