Carta pastoral de Mons. Casimiro López Llorente: La Iglesia diocesana es nuestra gran familia

El obispo de SegorbeCastellón dedica su última carta pastoral al Día de la Iglesia Diocesana que se ha celebrado este domingo, 9 de noviembre

Carta pastoral de Mons. Casimiro López Llorente: La Iglesia diocesana es nuestra gran familia

Agencia SIC

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Queridos diocesanos:

Un año más celebramos el Día de Iglesia diocesana. Esta Jornada quiere ayudarnos a todos los católicos a tomar conciencia de nuestra pertenencia a una Iglesia diocesana, en nuestro caso a la Diócesis de Segorbe–Castellón, para conocerla, sentirla y amarla como propia, como nuestra gran familia. Esto suscitará nuestro compromiso efectivo en su vida, en su misión evangelizadora y en su sostenimiento económico.

Con frecuencia me encuentro con cristianos católicos, incluso practicantes, que desconocen qué es la Iglesia diocesana o que tienen una imagen distorsionada de la misma: se piensa que es un conjunto de organismos o servicios, o un territorio concreto; en cualquier caso, para muchos se trata de algo ajeno y lejano a ellos. Y, sin embargo, es todo lo contrario.

Nuestra Iglesia diocesana es una porción del Pueblo de Dios, extendido por todo el mundo. La formamos hombres y mujeres, bautizados, pero no es sólo ni principalmente una organización humana; su existencia no se debe a la decisión de unas personas que se han asociado por unas ideas o para conseguir unos fines religiosos. Nuestra Iglesia diocesana tiene su origen en Dios mismo, Uno y Trino. El Concilio Vaticano II afirma: “Quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (LG 9). La Iglesia diocesana encuentra su origen en Dios; somos Su pueblo. El amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es la fuente de la que procede y el manantial permanente de nuestra Iglesia. La comunión de la Trinidad es el modelo de su unidad en la diversidad, que hace de ella misterio de comunión para la misión. Tanto de la Iglesia universal como también de nuestra Iglesia diocesana hay que decir que son un verdadero don de Dios. La Iglesia es “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).

Es necesario partir siempre de esta verdad para comprender qué es nuestra Iglesia diocesana, vivir con gratitud y alegría nuestra pertenencia a ella, y amarla e identificarse con ella. Por el bautismo somos incorporados a este Pueblo de Dios y pasamos a formar parte de una gran familia: la gran familia de los hijos de Dios. Al igual que ocurre en nuestra familia humana, ningún cristiano católico puede considerarse ajeno a la gran familia de la Iglesia diocesana: es nuestra iglesia, la iglesia de todos, nuestra familia y como tal la debemos conocer, amar y ayudar.

Esta porción del Pueblo de Dios, que es nuestra Iglesia diocesana, la formamos todos los católicos que vivimos en el territorio diocesano: Obispo, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos y laicos. En ella se hace presente la única Iglesia de Cristo, se comunica la vida divina al hombre y experimentamos en nuestras vidas el misterio del amor de Dios; las parroquias y otros grupos son como células o miembros de la Iglesia diocesana, entroncadas en ella, en su vida y misión. En esta Iglesia nacemos a la fe, conocemos a Jesucristo, proclamamos y acogemos la Palabra de Dios y la celebramos con alegría en la liturgia; en ella vivimos la caridad con el prójimo. En ella actúa el amor de Dios como fermento y alma de la sociedad para que, descubriendo la verdad más profunda del ser humano, todo se vaya transformando y humanizando según Dios. Desde ella hemos de salir para llevar el Evangelio a todos, especialmente a aquellos que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo o que, conociéndolo, se han alejado de Él y de la comunidad eclesial.

Y, así como el amor de Dios Padre y la obra salvadora de su Hijo, Jesús, están destinados a todos, del mismo modo la Iglesia está con todos y al servicio de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, de los cercanos y alejados, de los nativos y de los inmigrantes. Colaborar con nuestra Iglesia Diocesana es colaborar con el bien propio, con el de nuestra familia, con el de nuestros jóvenes y mayores, con el de los más necesitados en estos momentos de crisis, con el de una sociedad en la que vaya creciendo cada día la civilización del amor fraterno y solidario, donde el amor misericordioso de Dios se haga presente.

Nuestra Iglesia diocesana es lo que tú nos ayudas a ser, una gran familia contigo. Todos estamos llamados a participar de su vida y su misión allá donde nos encontremos. Todos estamos llamados a redoblar nuestra generosidad para que no nos falten los medios humanos y materiales para que el amor de Dios llegue a todos.

Con mi afecto y bendición,

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