Carta pastoral de Mons. Francisco Pérez: Beata Sandra Sabattini, un ejemplo para el noviazgo

El arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela dedica su última carta pastoral a la figura de la Beata Sandra Sabattini, la primera novia beata de la Iglesia Católica

Carta pastoral de Mons. Francisco Pérez: Beata Sandra Sabattini, un ejemplo para el noviazgo

Agencia SIC

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Estamos en el mes dedicado a los santos que, con su ejemplo, nos ayudan a mirar la vida en su contenido fundamental que es la alegría de amar y sentirnos amados por Jesucristo que, con su vida, nos ha regalado el don de la santidad. La santidad no es un acto devocional más o menos atado al sentimiento del que desea ser “buena persona”, sino al deber de corresponder a la gracia de Dios que se nos regala en su Palabra, en su amor que siempre espera y en su presencia viva en los sacramentos. Creo que bien lo vivió la Beata Sandra desde la sencillez que descubrió en Jesús cuando dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manos y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mt 11, 29).

Sandra Sabattini dedicó su corta vida (veintidós años) a ayudar a discapacitados y drogadictos. Se ha convertido en la primera novia beata de la Iglesia Católica. Llevó un noviazgo limpio, de acuerdo con el mensaje del Evangelio. La mañana del 29 de abril de 1984, mientras se dirigía a una reunión de la “Comunidad Papa Juan XXIII” (una comunidad dedicada a los drogadictos), Sandra fue atropellada por un automóvil. Iba con su novio y su amigo Elio. Bajando del automóvil, fue violentamente atropellada por otro coche y lo mismo su amigo Elio. Estuvo en coma durante tres días y el 2 de mayo abandonó esta tierra. Tenía solo 22 años. Su lema podría ser: “Amar es soportar el sufrimiento de los demás”. Estaba comprometida para casarse con su novio, Guido Rossi quien dijo –el día 24 de octubre 2021– con motivo de su Beatificación en la Catedral de Santa Colomba en Rímini (Italia): “Puedo dar fe de su búsqueda de involucrarme o de andar juntos, y esta claridad suya en buscar siempre hacer la voluntad de Dios”. La santidad no es hacer cosas grandes sino ser fieles, al amor de Dios en el hermano, en las pequeñas cosas de cada día.

Cuentan, los que la conocían, que el amor de Sandra hacia el Señor se reflejaba en todos aquellos que entraban en contacto con ella; de su persona emanaba la alegría y el entusiasmo que conducen a Jesús. Le gustaba vivir en el silencio su relación con Dios, así que se levantaba temprano en la mañana, permanecía en meditación en la oscuridad, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento. Le gustaba orar y meditar siempre sentada en el suelo, como un signo de humildad y pobreza. Sandra decía: “No soy yo quien busca a Dios, sino Dios quien me busca a mí. No hace falta que busque quién sabe qué argumentos para acercarme a Dios. Las palabras tarde o temprano terminan y luego te das cuenta de que todo lo que queda es contemplación, adoración, esperar a que Él te haga entender lo que quiere de ti. Siento la contemplación necesaria para mi encuentro con Cristo pobre”. Tal vez estamos muy preocupados en la evangelización y el cómo llegar a los jóvenes. El secreto de Sandra estaba en dedicar tiempo ante Jesús en el Sagrario. De Jesús Eucaristía emana la fuente de Vida y en el susurro de su presencia, en el silencio más elocuente, va indicando cuál ha de ser el camino a seguir. Sandra con Guido, su novio, querían formar una familia como el mejor designio de amor.

La Beata Sabattini buscaba en todo momento ser libre pero no como ofrece la sociedad, en muchos momentos, con el placer como medio para la felicidad, con el sexo a todo trapo, con la droga como seudo–mística y con la afirmación del egoísmo ideológico como progreso existencial. Ella comentaba en su Diario: “Hay un intento de hacer que el hombre corra en vano, de engatusarlo con falsas libertades, falsos fines en nombre del bienestar. Y el hombre está tan atrapado en un torbellino de cosas que se vuelva contra sí mismo. No es la revolución la que conduce a la verdad, sino la verdad la que conduce a la revolución”. Los auténticos revolucionarios han sido y siguen siendo los santos puesto que han ofrecido su vida al mejor valedor que es Dios.

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