Las Obras de Misericordia (y VI): perdonar, soportar, orar

Agencia SIC

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Mons. Enrique Benavent La semana pasada comentábamos las tres obras de misericordia espirituales que podemos ejercitar con la palabra (enseñar, aconsejar y corregir). Hoy concluimos nuestras reflexiones deteniéndonos brevemente sobre las tres que se viven en el silencio, porque se trata de actitudes que nacen del corazón: cuando perdonamos sinceramente y sin límites al hermano que nos ha ofendido, cuando soportamos en silencio las molestias que nos puede causar el prójimo y cuando oramos por los vivos y difuntos, no para ser alabados o recibir un agradecimiento de los hombres, sino únicamente en la presencia de Dios? estamos deseando y buscando el bien de los demás sin ningún tipo de publicidad, sin acciones visibles, tan sólo desde la verdad de nuestro corazón.

Son las acciones más evangélicas, porque únicamente las conoce nuestro Padre que ve en lo secreto, y porque no esperamos la recompensa de los hombres. Esta actitud debe estar presente en todas las demás obras de misericordia, hasta el punto de que si no la vivimos podemos afirmar que, aunque hagamos muchas cosas buenas, en realidad no hemos llegado a tener un corazón misericordioso. Además, no podemos olvidar que estamos ante tres actitudes que se encuentran en el corazón del Evangelio, ya que son los sentimientos característicos del corazón de Cristo, y, por tanto, son también el criterio para discernir la verdad de nuestro amor al prójimo.

La oración por los demás forma parte de la enseñanza y de la vida de Cristo. En el Sermón de la Montaña el Señor nos exhorta a amar a nuestros enemigos y a orar por los que nos persiguen (Mt 5, 44). Él mismo oró en la Cruz por sus perseguidores y pidió al Padre el perdón para sus verdugos. También antes de su pasión oró por sus discípulos y por todos los que iba a entregar la vida. Orar por los demás, tanto por los vivos como por los difuntos, es un acto de amor hacia aquellos por quienes rezamos, porque los estamos recordando con afecto en la presencia del Padre de bondad que es Dios. Y es un acto de amor auténtico y desinteresado, porque queda en lo secreto.

El Señor, que enseñó a sus discípulos cómo tenían que perdonar siempre y de corazón al hermano (Mt 18, 35), nos advirtió que esta es la condición necesaria para poder recibir el perdón de Dios (Mt 6, 15). Él lo puso en práctica en la Cruz, porque cuando pedía al Padre el perdón para sus perseguidores, podemos pensar que ya los había perdonado en su corazón, puesto que había entregado la vida por todos los pecadores. El cristiano, si quiere seguir a su Maestro sabe que si no quiere ser juzgado ni condenado no debe juzgar ni condenar, y que si quiere ser perdonado debe estar siempre dispuesto al perdón (Lc 6, 37).

En la historia de la salvación Dios se ha mostrado paciente con su pueblo. También Cristo, en el trato con sus discípulos se muestra paciente ante sus actitudes interesadas, sus ambiciones y sus defectos. Esa paciencia es el signo de la autenticidad de su amor. Quien no es paciente con el hermano en el fondo vive en la soberbia, porque no reconoce sus defectos. Un corazón paciente es un corazón humilde. La paciencia con el hermano no sólo hace bien al otro, sino que ayuda a quien la vive a crecer en humildad delante de Dios y evita la tentación del fariseísmo.

Que el Señor nos conceda la gracia de tener un corazón misericordioso como el del Padre.

+ Enrique Benavent Vidal

Obispo de Tortosa