Los dos mandamientos más importantes

Los dos mandamientos más importantes

Agencia SIC

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Mons. Gerardo Melgar Cuando aquel fariseo le preguntó a Jesús cuál era el mandamiento más importante de la ley de Dios, la respuesta de cristo es bien clara y contundente:

marás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser. Este es el primero y el más importante. Pero hay un segun­do mandamiento que es parecido a este: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". En estos dos mandamientos se resumen toda la Ley de Moisés y la enseñanza de los profetas (Mt 22, 38-40).

Este doble mandamiento resume, no solo la Ley y los Profetas, sino que define nuestra identidad cristiana.

Hoy necesitamos recordar lo que significa amar a Dios con todo el co­razón. Quiere decir que Dios tie­ne que ocupar el centro de nuestra vida, que no puede ser algo accesorio en nuestra vida, sino lo fundamen­tal, que no podemos tener en nuestra vida otros diosecillos que sean a los que debemos nuestro culto, y al Dios auténtico y verdadero le arrincone­mos y no le concedamos un puesto realmente central en nosotros.

Hoy, por desgracia, el hombre se ha inventado otros dioses a los que rinde su culto y dedica su tiempo y sus energías: el Dios de lo material, del poder, del gozar.

Tantas personas que hoy solo se mueven por tener más: más dinero, más comodidad, más poder político, social, más placer, etc.; y, sin embar­go, les preocupa demasiado poco el verdadero Dios, en quien encontra­rían sentido a su vida y a todo lo que hacen. El Dios de Jesús no se cotiza en nuestro mundo. Se cotizan mucho más otros tipos de dioses, y para ser­virlos el hambre actual emplea todas sus energías y esfuerzos, olvidándo­se del verdadero Dios, que es el úni­co que puede ayudarle y darle senti­do a su vida plena.

El evangelio de este domingo debe ser una llamada para todos no­sotros, como cristianos, a descubrir la importancia que estamos dando a Dios en nuestra vida y a convertir­nos, no siguiendo las llamadas del mundo que nos orientan por la con­secución y el servicio a otros dioseci­llos que no dan la salvación, sino que proporcionan solo un placer efímero que pasa y que después deja más va­cíos; sino dejando que Dios ocupe en nuestra persona y en nuestra vida el puesto que le debe corresponder.

Y Jesús además le dice: "Hay otro semejante a este: amarás a tu próji­mo como a ti mismo". Este es el man­damiento de Jesús, que será el esti­lo propio de los seguidores suyos, en lo que los demás notarán que somos sus discípulos, si nos amamos unos a otros.

Amar significa estar pendientes de los demás para ver en qué les po­demos ayudar, saber perdonar cuan­do hagan algo que no nos gus­ta, ser mi­sericordio­sos con ellos, etc.

Hoy estamos viviendo en una so­ciedad egoísta que nos llama a que solo nos preocupemos de nosotros mismos, olvidándonos de los demás. Lo importante hoy es crecer noso­tros, tener más nosotros, pasarlo bien nosotros y los demás, que "cada uno se saque sus castañas del fuego".

No podemos decir que amamos a Dios si no amamos a los demás. El amor a los demás es una consecuen­cia que brota del amor a Dios y, por lo mismo, solo desde ese amor a Dios es por lo que nuestro amor no es una pura filantropía, sino un amor au­tentico, que se vive en los momentos buenos y en los menos buenos, cuan­do los demás nos caen bien y cuando nos caen no tan bien o nos caen mal.

Vivamos este amor a los demás como una verdadera exigencia del amor a Dios y de Dios, porque solo podemos amar a los demás de ver­dad si Dios es importante para noso­tros y nos sentimos amados y llama­dos a amar como Él nos ama.

+ Gerardo Melgar

Obispo de Ciudad Real