Subió al cielo y vendrá de nuevo

Subió al cielo y vendrá de nuevo

Agencia SIC

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Mons. Enrique Benavent Cuando el tiempo de pascua está llegando a tu término, la Iglesia celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. Cada vez que rezamos el Credo, después de confesar la fe en la resurrección de Jesucristo, decimos que "subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre". Esta verdad de nuestra fe nos indica el sentido profundo de la Pascua: la resurrección de Cristo no es un simple retorno a la vida que tenía antes de su pasión, sino que es su glorificación. Antes de su muerte, el Señor oró al Padre con estas palabras: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo? glorifícame con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese" (Jn 17, 1. 5). La Ascensión es el momento de la glorificación de Cristo. En el credo esto lo expresamos afirmando que "está sentado a la derecha del Padre". No estamos hablando de un lugar espacial, sino que confesamos que el Señor resucitado ha entrado en la dimensión de Dios.

sto no significa ausencia. Quien está junto a Dios no se separa de los hombres, sino que de un modo misterioso está más cerca de ellos. De hecho, antes de la Ascensión el Señor dijo a sus discípulos: "sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" (Mt 28, 20). La certeza de esta presencia es lo que explica que los discípulos volvieran a Jerusalén "con gran alegría" (Lc 24, 52). Tienen la certeza de que el Señor no es un ausente, sino que ahora está incluso más cerca de ellos que nunca, en una presencia que abarca todos los tiempos y lugares: allí donde un discípulo anuncia el Evangelio, Cristo está con él y le acompaña en su misión.

La "ida al Padre" inaugura el tiempo de la misión. Es la hora de la Iglesia y del compromiso de los cristianos para continuar la obra de Cristo, anunciando el Evangelio, invitando a los hombres y mujeres de todos los tiempos a creer en el Señor, sembrando la semilla del Reino de Dios en nuestro mundo. La obra de Cristo no fue más que el inicio para que nuestro mundo se convierta en Reino de Dios. Estamos ante un comienzo pequeño pero que, a pesar de las dificultades, camina hacia la victoria definitiva. La verdad más profunda de nuestro mundo es que caminamos hacia el Reino de Dios y que esta es la meta de la historia. Por ello, lo que verdaderamente nos debe importar es trabajar por ese Reino.

Esto se confirma con el anuncio que los ángeles de la Ascensión hicieron a los apóstoles: "El mismo Jesús que ha sido llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo" (Hch 1, 11). Estamos ante una promesa que nos anima en nuestros trabajos y luchas; que nos conforta en esos momentos en los que parece que el cansancio puede superar las fuerzas; que nos da la confianza para seguir creyendo que lo que hacemos tiene sentido; y la certeza de que la victoria definitiva de todas las luchas de la historia pertenece a Cristo. Él volverá para establecer definitivamente su Reino, un Reino que no tendrá fin. Si no tuviéramos esta esperanza garantizada por la resurrección del Señor y por su promesa no tendría ningún sentido nuestro compromiso, pues sin Cristo no podemos hacer nada, pero con Él lo podemos todo.

Que vivamos esta celebración con alegría y esperanza.

+ Enrique Benavent Vidal

Obispo de Tortosa