Anuncio Pascual
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Mons. Braulio Rodríguez Habitualmente nos hallamos en medio de trabajos, fatigas y hasta sinsabores; pero los cristianos siempre nos hallamos, a la postre, en espera de la resurrección, en la esfera de la vida nueva. Por ello, hermanos míos, os invito a una pequeña meditación sobre la Pascua 2014, en medio de la Semana Santa, que comienza con la solemnidad de la entrada de Jesús en la ciudad santa el Domingo de Ramos.
En realidad, vemos cómo vamos pasando sin apenas darnos cuenta, de una fiesta a otra, de una celebración a otra, de una solemnidad a otra. Estamos en una sociedad de muchas fiestas y espectáculos. Pero ahora ha llegado aquel tiempo en que todo vuelve a comenzar. Me estoy refiriendo a la preparación de la Pascua venerable, en la que el Señor fue inmolado. Hemos de caer en la cuenta, pues, de que nos alimentamos, como de un manjar de vida, y deleitamos siempre nuestra alma con la sangre preciosa de Cristo, como de una fuente; y con todo, aunque hayamos celebrado bien la Pascua el año pasado, siempre estamos sedientos de esa sangre del Señor, siempre sentimos un ardiente deseo de recibirla; ¿o tal vez no es así?
Estoy persuadido, sin embargo, que nuestro Salvador está siempre a disposición de los sedientos y, que por su benignidad, Cristo atrae a la celebración del gran día de Pascua a los que tienen sus entrañas sedientas, según aquellas palabras suyas: el que tenga sed que venga a mí y que beba. De modo que no sólo podemos siempre acercarnos a saciar nuestra sed, sino que además, siempre que lo pedimos, se nos concede acceso al Salvador, encontrándonos con Él.
Ya sé que el fruto espiritual de esta fiesta de Pascua no queda limitado a un tiempo determinado, ya que sus rayos esplendorosos no conocen ocaso, sino que están siempre a punto de iluminar las mentes que así lo desean, la tuya y la mía. La Pascua tiene una virtualidad ininterrumpida, sobre todo para aquellos que el Salmo proclama bienaventurados, cuando dice: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche (Sal 1,1-2).
Pero es verdad: el mismo Dios que al principio instituyó para nosotros esta fiesta, nos ha concedido poderla celebrar cada año; y el que entregó a su Hijo a la muerte por nuestra salvación nos otorga, por el mismo motivo, la celebración anual de este sagrado misterio. Aquí está. Esta fiesta nos sostiene en medio de las miserias y dificultades de este mundo; y ahora es cuando Dios nos comunica la alegría de la salvación, que irradia de esta fiesta, ya que en todas partes, en casa o de viaje, nos reúne en el Espíritu a todos en una sola asamblea de la Iglesia Católica. Esto es lo admirable de esta festividad: que el Señor reúne para celebrarla a los que están lejos y junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separado.
¿Veis cómo cobran un nuevo sentido aquellas palabras del salmista: Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean? Realmente en esto consiste el verdadero júbilo pascual, la genuina celebración de la gran solemnidad: en vernos libres de nuestros males; para llegar a ello, tenemos que esforzarnos en reformar nuestra conducta y en meditar asiduamente, en la quietud del temor de Dios. ¿Dejamos escapar esta nueva oportunidad de gracia?
Arzobispo de Toledo
Primado de España